Mientras el mundo moderno se comunica en tiempo real a través de redes sociales, notificaciones push y transmisiones en vivo, hay un pequeño lugar en el corazón de Roma donde un mensaje importante todavía se transmite con humo. Cuando la Iglesia Católica elige a un nuevo Papa, millones de personas en todo el mundo no esperan una publicación en X (antes Twitter) ni una rueda de prensa: lo que esperan ver es humo. Negro, si no hay consenso. Blanco, si lo hay. Así de simple… y así de complejo.
El proceso, que puede parecer arcaico en la era digital, es en realidad una meticulosa coreografía entre ingenieros, químicos, bomberos y autoridades religiosas. Aunque a simple vista parece que una simple chimenea arroja humo en un ritual casi medieval, lo que hay detrás es una combinación de tecnología, simbolismo, tradición y precisión extrema.
La muerte de Francisco y el inicio del nuevo cónclave
La atención del mundo volvió a centrarse en este ritual tras la reciente muerte del papa Francisco, ocurrida el 21 de abril, lunes de Pascua, a los 88 años. La noticia sacudió a la comunidad católica y marcó el inicio del esperado cónclave papal. Según anunció el Vaticano, los cardenales se reunirán el 7 de mayo en la Basílica de San Pedro para celebrar una misa especial, antes de iniciar el complejo proceso de elección en la Capilla Sixtina.
La mirada global se enfocará una vez más en esa delgada columna de humo que asoma desde la pequeña chimenea del techo de la capilla. Pero ¿cómo se asegura el Vaticano de que ese humo comunique con claridad un mensaje tan crucial? ¿Y por qué no modernizar el sistema?
Una tradición que se remonta al siglo XV
La quema de las papeletas de votación como parte del ritual del cónclave tiene raíces en el siglo XV. En aquella época, la elección de un Papa podía tardar semanas o incluso meses. Los retrasos provocaban tensiones políticas y eclesiásticas, y la falta de transparencia generaba rumores y descontento.
Con el tiempo, la Iglesia decidió institucionalizar un sistema que asegurara tanto el secreto como la claridad del resultado. Así nació la costumbre de quemar las papeletas y usar el humo como señal visual para la multitud reunida en la plaza de San Pedro.
Este sistema se perfeccionó a lo largo de los siglos. Y aunque en el pasado se utilizaban métodos rudimentarios, como quemar paja húmeda o seca, la ambigüedad de los colores llevó al Vaticano a introducir fórmulas químicas específicas a partir del cónclave de 2005.
El montaje técnico en la Capilla Sixtina
Contrario a lo que muchos podrían imaginar, el humo que sale del techo de la Capilla Sixtina no es producto de una simple fogata improvisada. Todo el sistema se monta cuidadosamente días antes de que lleguen los cardenales. El equipo de técnicos del Vaticano instala dos estufas temporales dentro de la capilla: una para quemar las papeletas de votación y otra exclusivamente diseñada para generar humo visible.
Ambas estufas están conectadas a un conducto metálico, generalmente de acero inoxidable, que se extiende hasta el tejado de la capilla. A través de este conducto, el humo emerge hacia el cielo y se vuelve visible para las miles de personas reunidas en la plaza y millones que siguen la transmisión en vivo.
El ingeniero estructural Kevin Farlam, experto en edificios patrimoniales, explicó a la BBC que este montaje requiere extrema precisión: “No es como poner una tubería en un horno de pizza. Cada parte del sistema debe instalarse sin dañar nada, y debe funcionar perfectamente, porque si algo sale mal, no es sólo un fallo técnico: se convierte en un incidente internacional”.
Ensayos, seguridad y pruebas previas
Antes de que comience el cónclave, los especialistas hacen varias pruebas de humo. Se aseguran de que el tiro de la chimenea funcione correctamente y que no haya fugas. Incluso los bomberos del Vaticano participan activamente, no sólo como precaución, sino como parte del proceso de verificación.
Las estufas están diseñadas para emitir una señal clara y sin ambigüedades. El humo negro, que indica que no hay consenso en la votación, se produce quemando una mezcla de perclorato potásico, antraceno y azufre. Esta combinación genera una columna espesa y oscura. Por otro lado, el humo blanco —símbolo de que se ha elegido un nuevo Papa— se genera quemando clorato potásico, lactosa y colofonia de pino.
El profesor Mark Lorch, jefe del departamento de química y bioquímica de la Universidad de Hull (Reino Unido), explicó que estos compuestos están “preenvasados en cartuchos y se encienden electrónicamente”, lo que reduce el margen de error y elimina la confusión que en el pasado causaba la quema de paja.
¿Por qué no usar una pantalla LED?
Ante tal nivel de sofisticación y avance tecnológico en todos los ámbitos, muchos se preguntan por qué el Vaticano no moderniza el sistema. ¿No sería más fácil y directo colocar una pantalla LED en la plaza con un simple mensaje como “¡Habemus Papam!”?
La respuesta está en el poder del símbolo. El humo, como lo explica la teóloga Candida Moss, es un medio que conecta lo humano con lo divino: “Desde la antigüedad, el humo se ha visto como una forma de comunicación espiritual. En la tradición católica, las oraciones ascienden hasta Dios, y el uso del humo en el cónclave evoca ese mismo misterio”.
Además, el humo permite una conexión emocional y simbólica con los fieles. Verlo salir en directo crea una sensación de participación colectiva. No se trata solo de transmitir una información, sino de hacer partícipes a millones de personas en un evento de enorme trascendencia espiritual.
El ritual como experiencia compartida
En tiempos donde la inmediatez reina, el Vaticano apuesta por la solemnidad. El momento en que el humo blanco aparece sobre la Capilla Sixtina es casi litúrgico. Las campanas comienzan a sonar, los fieles se abrazan y lloran, y todo el mundo aguarda con el corazón en la garganta el anuncio formal: “Annuntio vobis gaudium magnum: Habemus Papam”.
El ritual no es sólo comunicación, es experiencia compartida. La elección del nuevo pontífice no se percibe como un acto burocrático, sino como un acontecimiento sagrado. Y en ese contexto, el humo funciona como un puente entre lo celestial y lo terrenal.
El papel de los medios de comunicación
Aunque el humo sigue siendo el canal oficial de comunicación, hoy todo el proceso es retransmitido en directo por cadenas de televisión, plataformas de streaming y redes sociales. Pero incluso en esa digitalización, el Vaticano mantiene la ceremonia intacta.
Los periodistas están apostados día y noche frente a la Plaza de San Pedro, esperando ver la señal que desencadenará titulares en todo el mundo. Es un momento en que lo arcaico se vuelve viral.
Transparencia, confidencialidad y significado
Paradójicamente, el humo también garantiza transparencia. Al utilizar este sistema, el Vaticano comunica el resultado sin revelar detalles del proceso de votación. Se mantiene así la confidencialidad del cónclave, uno de los eventos más secretos del mundo moderno, pero al mismo tiempo se ofrece una señal clara e inequívoca.
El cardenal decano anuncia el nombre del nuevo Papa solo después de que se haya visto el humo blanco, lo que demuestra la importancia simbólica de esta señal visual. Se trata de un ritual que ha resistido guerras, reformas, cismas y revoluciones tecnológicas.
¿El futuro del humo sagrado?
No parece probable que el Vaticano elimine este ritual en el corto plazo. La combinación de tecnología discreta, precisión científica y significado religioso profundo lo convierte en un símbolo casi intocable.
Podrían realizarse ajustes técnicos o mejoras de seguridad, pero el acto de ver el humo elevarse sobre Roma seguirá siendo, probablemente durante décadas, el símbolo por excelencia de una nueva era en la Iglesia Católica.