En un mundo donde las superbacterias se perfilan como una amenaza global, un enemigo menos visible pero igual de letal está emergiendo: los hongos. Entre ellos, Coccidioides, un hongo microscópico que vive en el suelo, el aire y hasta en nuestros cuerpos, está causando estragos. Conocida como fiebre del valle, la infección por Coccidioides afecta a miles de personas, y su propagación, alimentada por el cambio climático, podría aumentar un 50 % para 2100. En este artículo, exploramos esta creciente amenaza, sus efectos devastadores, los tratamientos disponibles y cómo prevenirla.
¿Qué es la fiebre del valle y por qué es peligrosa?
La fiebre del valle, o coccidioidomicosis, es una enfermedad fúngica causada por dos especies de hongos: Coccidioides immitis y Coccidioides posadasii. Estos microorganismos prosperan en regiones áridas como el suroeste de Estados Unidos, el norte de México y partes de Centro y Sudamérica. Las esporas de Coccidioides se dispersan en el aire, especialmente en condiciones de sequía o tormentas de polvo, y al ser inhaladas, pueden causar infecciones pulmonares graves.
En la mayoría de los casos (60 %), la infección es asintomática. Sin embargo, cuando se manifiesta, los síntomas incluyen fiebre, tos, fatiga y dolores musculares, que a menudo se confunden con un resfriado o neumonía. En un 3 % de los casos, el hongo se disemina más allá de los pulmones, afectando la piel, los huesos, las articulaciones o incluso el cerebro, causando meningitis fúngica, una condición potencialmente mortal.
Historias reales: El impacto humano de la fiebre del valle
Torrence Irvin: De un día de verano a una lucha por la vida
En junio de 2018, Torrence Irvin, un hombre de 131 kilos, disfrutaba de un tranquilo día en su patio trasero en Patterson, California. Mientras tomaba un cóctel y jugaba con su teléfono, inhaló, sin saberlo, esporas de Coccidioides. Lo que comenzó como dificultad para respirar se convirtió en una pesadilla médica.
“Pasé de ser un hombre fuerte a un esqueleto de 68 kilos”, relata Irvin. Los vómitos constantes, la fiebre alta y la pérdida de peso lo llevaron al hospital, donde los médicos, inicialmente, diagnosticaron neumonía. Los antibióticos no funcionaban, y su salud se deterioraba rápidamente. “Llegué a respirar con solo el 20 % de mis pulmones”, recuerda.
Tras meses de sufrimiento y un diagnóstico tardío, Irvin fue trasladado a la clínica del Dr. George Thompson en Sacramento. En marzo de 2019, apenas podía caminar. Thompson lo incluyó en un ensayo clínico con olorofim, un medicamento experimental que marcó un punto de inflexión. Hoy, aunque lleva cicatrices pulmonares permanentes, Irvin ha recuperado parte de su vida. “Escuchen a su cuerpo”, aconseja. “La salud es riqueza”.
Rob Purdie: Una infección que llegó al cerebro
Rob Purdie, de Bakersfield, California, enfrentó un destino similar en 2012. Mientras trabajaba en su jardín, inhaló esporas de Coccidioides. La infección se extendió a su cerebro, causando meningitis fúngica, una inflamación letal de las membranas que rodean el cerebro y la médula espinal.
“En el 3 % de los casos, el hongo se propaga a otras partes del cuerpo, como la piel, los huesos o el cerebro”, explica Purdie, miembro fundador de MYCare (MYcology Advocacy, Research & Education). “En mi caso, llegó al cerebro. Ahora dependo de inyecciones intracraneales de un fármaco tóxico de 80 años que me está envenenando lentamente”.
La historia de Purdie subraya la gravedad de las infecciones fúngicas y la urgencia de desarrollar nuevos tratamientos. Como él mismo dice: “Le puede pasar a cualquiera”.
La ciencia detrás de Coccidioides: Un enemigo invisible
¿Cómo se propaga el hongo?
Coccidioides vive en el suelo de regiones semiáridas. Cuando el suelo se perturba —por viento, incendios forestales o actividades humanas como la agricultura—, las esporas se liberan al aire. Estas esporas, llamadas artroconidios, son tan pequeñas (2-3 micrómetros) que pueden llegar a los alvéolos pulmonares al inhalarse. Una vez en los pulmones, las esporas se convierten en esférulas que liberan más esporas, propagando la infección.
El cambio climático agrava este problema. El aumento de temperaturas, las sequías prolongadas y las tormentas de polvo facilitan la dispersión de las esporas. Según un estudio de la Universidad de California, los casos de fiebre del valle podrían aumentar un 50 % para 2100 debido a estos factores.
¿Quiénes están en riesgo?
Aunque las personas inmunodeprimidas —como pacientes con VIH, cáncer o trasplantes— son más vulnerables, la fiebre del valle no discrimina. Ni Irvin ni Purdie estaban inmunodeprimidos cuando se infectaron. Factores como la exposición prolongada al polvo, vivir en áreas endémicas o incluso conducir por carreteras como la Interestatal 5 en California aumentan el riesgo.
La resistencia antifúngica: Un desafío global
El problema de los tratamientos actuales
Tratar las infecciones fúngicas es complicado. A diferencia de las bacterias, los hongos están genéticamente más cerca de los humanos, lo que dificulta crear fármacos que los eliminen sin dañar las células humanas. “Si intentas fabricar un antifúngico, debes encontrar objetivos que no afecten los genes humanos”, explica el Dr. Neil Clancy, de la Universidad de Pittsburgh.
Actualmente, solo existen 17 antifúngicos aprobados, frente a cientos de antibióticos. Los más comunes, como la anfotericina B, el fluconazol y el itraconazol, pueden causar efectos secundarios graves, como insuficiencia renal, daño hepático o reacciones alérgicas. Además, la resistencia a estos fármacos está creciendo. En abril de 2025, la Organización Mundial de la Salud (OMS) clasificó a Coccidioides y otros 18 hongos como prioritarios para el desarrollo de nuevos tratamientos debido a esta resistencia.
Olorofim: Una esperanza en el horizonte
El caso de Torrence Irvin destaca el potencial de olorofim, un antifúngico experimental en ensayos clínicos de fase II. A diferencia de otros tratamientos, olorofim se administra por vía oral, evitando infusiones invasivas. Aunque algunos pacientes han experimentado toxicidad hepática, los resultados son prometedores. “Torrence no tuvo efectos secundarios, y las pruebas muestran que la enfermedad está controlada”, afirma el Dr. Thompson.
Olorofim también se está probando contra Aspergillus fumigatus, otro hongo peligroso en la lista de la OMS. Sin embargo, el acceso a estos tratamientos sigue siendo limitado, especialmente para pacientes de bajos recursos.
Otros hongos peligrosos en el radar
Además de Coccidioides, la OMS ha identificado otros hongos críticos:
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Cryptococcus neoformans: Causa meningitis fúngica con una tasa de mortalidad de hasta el 61 %, especialmente en pacientes con VIH.
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Aspergillus fumigatus: Un moho ubicuo que afecta los pulmones y tiene una mortalidad del 40 % en casos graves.
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Candida auris: Una levadura resistente a múltiples antifúngicos, conocida por su capacidad de adherirse a superficies y propagarse en hospitales.
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Candida albicans: Común en el cuerpo humano, pero puede causar infecciones invasivas con tasas de mortalidad del 40-60 %.
Estos hongos representan una carga global significativa, con 6,5 millones de infecciones invasivas y 3,8 millones de muertes al año.
El papel del cambio climático y la urbanización
El cambio climático no solo facilita la dispersión de Coccidioides, sino que también amplía su rango geográfico. Antes limitada a regiones desérticas, la fiebre del valle ahora se reporta en estados como Pensilvania y Maryland. Los incendios forestales y las tormentas de polvo, cada vez más frecuentes, liberan esporas al aire, aumentando la exposición.
La urbanización también juega un papel. La construcción en áreas rurales perturba el suelo, liberando esporas. Además, el aumento de la movilidad humana lleva a personas sin inmunidad previa a zonas endémicas, incrementando los casos.
Diagnóstico y prevención: Retos y soluciones
La importancia del diagnóstico temprano
El diagnóstico tardío es un obstáculo importante. Los síntomas de la fiebre del valle se confunden con otras enfermedades, y las pruebas específicas, como cultivos o serologías, no siempre están disponibles. “Muchos pacientes mueren porque no se les diagnostica a tiempo”, advierte el Dr. Thompson.
Medidas de prevención
Prevenir la exposición a Coccidioides es difícil, pero posible:
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Evitar actividades de riesgo: Reducir el tiempo al aire libre durante tormentas de polvo o en áreas endémicas.
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Usar mascarillas: Las mascarillas N95 pueden filtrar esporas en entornos polvorientos.
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Mejorar la vigilancia: Hacer de la fiebre del valle una enfermedad de notificación obligatoria en más regiones.
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Educación pública: Informar a las comunidades sobre los riesgos y síntomas.
El futuro de la lucha contra los hongos
Investigación y desarrollo
La comunidad científica está intensificando esfuerzos para combatir las infecciones fúngicas. Además de olorofim, otros antifúngicos en desarrollo incluyen ibrexafungerp, fosmanogepix y rezafungina, que prometen nuevos mecanismos de acción. Sin embargo, se necesita más inversión en investigación, mejores herramientas diagnósticas y una mayor comprensión de la respuesta inmunitaria.
El rol de la sociedad
Organizaciones como MYCare están desempeñando un papel crucial en la educación y la defensa de los pacientes. “Queremos que las personas sepan que estas infecciones no son ciencia ficción”, dice Rob Purdie. “Son una realidad que afecta a miles de personas”.
Escuchar al cuerpo, actuar a tiempo
La fiebre del valle y otras infecciones fúngicas son una amenaza creciente que no podemos ignorar. Las historias de Torrence Irvin y Rob Purdie nos recuerdan que nadie está exento, y que el diagnóstico temprano y los tratamientos innovadores son clave para salvar vidas. Mientras el cambio climático y la resistencia antifúngica complican el panorama, la educación, la prevención y la investigación son nuestras mejores armas.
Si vives en una zona endémica o experimentas síntomas como fiebre persistente o dificultad para respirar, no ignores las señales. Como dice Irvin: “La salud es riqueza. Escucha a tu cuerpo y actúa antes de que sea demasiado tarde”.