Durante 12 años, Jorge Mario Bergoglio fue el papa Francisco, el primer pontífice latinoamericano y líder de la Iglesia católica. Sin embargo, bajo la sotana y el cónclave latía un hombre sencillo: Jorge, el hijo mayor de una familia de clase media en Flores, Buenos Aires. A través de su autobiografía Esperanza, y en conversaciones exclusivas con sobrinos y parientes, emergen relatos inéditos sobre cómo el vínculo familiar moldeó al Papa, su sacrificio al asumir el trono de San Pedro y la devoción que mantuvo hasta su último suspiro.
Raíces inmigrantes: de Turín a Flores
El viaje de Mario Bergoglio
En 1929, Mario Bergoglio, un joven contador italiano, huyó de la pobreza, los estragos de la Primera Guerra Mundial y el auge del fascismo. Llegó a Buenos Aires en un barco, con la convicción de labrarse un futuro mejor para su familia.
Regreso al sueño europeo
Mario se casó con Regina María Sívori, oriunda de la misma comunidad piamontesa en Argentina. Juntos compraron una modesta casa de una planta en el barrio Flores, donde criaron a cinco hijos: Jorge Mario (1936), Alberto (1938), Oscar (1940), Marta Regina (1944) y María Elena (1955).
“Una familia común, con dignidad”
Francisco describió aquel hogar como “una familia común, con dignidad”. Los niños asistían a la escuela pública, tomaban clases de piano y compartían con “Churrinche”, un perro mestizo que corría libre por el patio.
Jorge Mario: infancia y primeros lazos
La “autopista al cielo”
A los 7 años, tras su primera comunión, Jorge Mario manifestó su devoción:
“Estar unido a Jesús: ese es mi plan de vida”, le confesó a su madre.
Desde entonces, asistía a misa a diario en la parroquia frente a su escuela, convencido de que ese ritual era su “autopista al cielo”.
Alegría y autoridad de Mario
De su padre, aprendió la autoridad con cariño. Regina recuerda que Mario “era un hombre alegre, que imponía disciplina con una sonrisa” y alentaba la cultura y los estudios como motor de progreso.
El ejemplo de Regina
Regina combinaba la austeridad de recursos con la generosidad del corazón. Francisco la describió como “una mujer franca y sincera” que, pese a las privaciones, inculcó el valor del esfuerzo y la solidaridad.
De hermano mayor a “casi padre”
La muerte de Mario Bergoglio
Cuando Jorge Mario tenía 25 años y María Elena, 13, falleció su padre. Francisco relató:
“Pasé de ser hermano mayor a ser casi un padre”.
Dejó entonces su vida de estudiante de química y se volcó al cuidado de su familia.
Responsabilidades tempranas
Asumió gastos domésticos, supervisó estudios de sus hermanos y compartió el rol de sustento, mientras Regina recuperaba fuerzas. Esa experiencia forjó en él un sentido de servicio y entrega que más tarde marcaría su pontificado.
El apego a María Elena
Una relación única
María Elena, “Chichí” para la familia, es la única hermana viva. A sus 77 años, vive bajo el cuidado de monjas en provincia de Buenos Aires. Francisco recordaba:
“Quedamos solo María Elena y yo, y una abundante prole de sobrinos y resobrinos”.
La llamada semanal
Convertido en Papa, Jorge llamaba una vez por semana a María Elena. Según José Ignacio Bergoglio, su sobrino, eran “momentos sagrados” llenos de confidencias, afecto y risas.
Sacrificio y distancia: el precio de ser Papa
Renuncia al regreso a casa
Desde 2013, Francisco no pudo volver a Argentina. Esa ausencia le dolió profundamente:
“Estar lejos de mi hermana fue uno de mis mayores sacrificios”, confesó en Esperanza.
Resignación con causa mayor
Aceptó que su misión universal exigía dejar atrás su rol familiar. Sin embargo, el vínculo nunca se rompió gracias a la tecnología: WhatsApp, videollamadas e incluso cartas manuscritas.
Vocación y familia: un equilibrio inusual
La autografía Esperanza
En Esperanza (2025), primera autobiografía de un pontífice publicada en vida, Francisco narró cómo su vocación nunca le hizo olvidar sus raíces.
“No puedo imaginar mi camino separado del de mi familia”.
Lampedusa y la memoria migrante
Al visitar Lampedusa en 2013, recordó a Mario y Regina y su condición de familia inmigrante. Ese viaje se convirtió en un símbolo global de su defensa de los migrantes y refugiados.
Testimonio desde la intimidad: entrevista a José Ignacio
Primeras reacciones
En conversación con BBC Mundo, José Ignacio Bergoglio describió:
“Las primeras 48 horas fueron de oración e introspección. Recibimos mensajes de cariño de todo el mundo”.
La noticia en familia
Eligieron comunicar la muerte del Papa en familia antes de que lo hicieran los medios, para contener mejor a María Elena y a sus padres.
Jorge más allá del Papa
José Ignacio recuerda a “un tío cercano, que hacía bromas y consejería, como un padre que me faltó de chico”. Para él, Jorge Mario fue “una presencia cálida a 11.000 km de distancia”.
El dolor y la resiliencia
La pérdida de “nuestro Jorge”
Perder al Papa significó, para su familia, perder al hermano, al tío, al pilar de sus vidas. Sin embargo, entender la magnitud de su vocación les dio consuelo.
El mimo al alma
José Ignacio afirma que, al saber que “Jorge descansa en paz”, sintieron un “mimo al alma”. Su partida devolvió al Papa al seno familiar, “como si volviera a ser simplemente nuestro Jorge”.
La familia decide quedarse en Buenos Aires
No viajar al funeral
A pesar de la invitación global, María Elena y sus sobrinos no viajarán a Roma. Prefieren “cuidar el legado emotivo” en Buenos Aires y apoyar a la madre en duelo .
Llamado a la caridad
José Ignacio aconseja:
“Quien quiera honrarlo económicamente, que done a una obra de caridad antes que viajar a una ceremonia multitudinaria”.
Legado de un “hermano mayor”
Valores transmitidos
De Mario y Regina aprendió austeridad, alegría y dignidad. De sus hermanos, solidaridad. De sus sobrinos, nostalgia y continuidad.
Inspiración para futuras generaciones
Su figura muestra que la vocación religiosa puede coexistir con el amor familiar. Jorge Mario es un puente entre la Iglesia y las familias comunes, modelo para quienes combinan fe y vida cotidiana.
Conclusión
Ahora que Jorge Mario Bergoglio descansa en paz, vuelve a ser el hermano cariñoso, el “casi padre” de su hermana y el tío consejero de sus sobrinos. Más allá de la historieta oficial de pontífice, su verdadera grandeza estuvo en mantener vivo el vínculo con sus raíces. La intimidad de Flores y las llamadas semanales a María Elena revelan a un Papa que nunca olvidó su hogar y que, hasta el final, volvió a ser “nuestro Jorge”.