En una fotografía de 1892, dos hombres de traje y sombrero se alzan sobre un montículo ciclópeo de cráneos de bisonte, apilados con precisión geométrica. A primera vista, el paisaje es una macabra exhibición de la caza descontrolada. Pero tras esa “montaña de huesos” se oculta una estrategia deliberada de genocidio ecológico y guerra contra los pueblos indígenas que diezmó no solo a los bisontes de las Grandes Llanuras, sino a las culturas que de ellos dependían.
El icónico “bosque de cráneos”: origen de la imagen
La célebre fotografía fue tomada en la Michigan Carbon Works, una planta que procesaba huesos de bisonte para obtener carbón y subproductos industriales. Allí, los cráneos se apilaban en filas ordenadas, formando una pirámide de varios metros de altura que servía como testimonio del éxito comercial de la refinería.
-
Ubicación: Rougeville, Michigan, 1892.
-
Producto: carbonato para purificación de azúcar, pegamento y fertilizante.
-
Autoría: desconocida; reimpresa en revistas y exhibiciones de la época como trofeo colonial.
Lejos de un simple registro de caza, los expertos interpretan la foto como celebración de un proyecto sistemático de exterminio: un triunfo del capitalismo colonial sobre un ecosistema y sus pueblos originarios.
El bisonte: pilar de las naciones de las Grandes Llanuras
Un recurso vital
Durante siglos, las tribus de las Grandes Llanuras —Lakota, Cheyenne, Blackfoot, Kiowa y muchas otras— dependieron del bisonte para:
-
Carne y grasa: alimentos básicos y reservas energéticas.
-
Pieles: tiendas, ropa y protecciones contra el clima.
-
Huesos y tendones: herramientas, agujas y utensilios ceremoniales.
Un estudio comparativo muestra que las naciones bisonteras, tras la pérdida del animal, experimentaron un aumento de mortalidad infantil y un declive en salud que perdura generaciones.
Caza sostenible precolonial
Los pueblos indígenas mataban menos de 100.000 bisontes al año, una cifra ínfima frente a la población original de 30–60 millones de ejemplares. Sus prácticas respetuosas permitían la regeneración de las manadas y el equilibrio ecológico.
La campaña de exterminio: motivos y métodos
Economía y ferrocarriles
-
Demanda de pieles: tras la Guerra Civil, las fábricas de curtido en Pensilvania y Nueva York ofrecían precios altos por las pieles.
-
Transporte masivo: la construcción del Ferrocarril Transcontinental (1869) abrió vías directas para exportar huesos y pieles desde las praderas hasta los mercados.
Razones militares
El general Philip Sheridan promovió la “guerra total” contra las tribus:
“La mejor manera de que el gobierno se ocupe de las tribus es empobrecerlas destruyendo su ganado… dejémosles a los cazadores matar… hasta que los búfalos sean exterminados”.
El teniente coronel Dodge instó:
“¡Maten a todos los búfalos que puedan! Cada búfalo muerto es un indio que se va”.
Esta política de privación de recursos fue equivalente a usar la hambruna como arma para forzar la sumisión y el traslado a reservas.
Un genocidio ecológico y cultural
Impacto sobre las tribus
La aniquilación del bisonte quebró la base económica y espiritual de las naciones indígenas. Sin su principal sustento:
-
Aumentó la desnutrición y la tasa de mortalidad infantil.
-
Se rompieron redes comerciales y sociales que giraban en torno al bisonte.
-
Se debilitó la resistencia militar y cultural ante la colonización.
Consecuencias ecológicas
El bisonte, como especie clave, mantenía la diversidad de las praderas. Su desaparición alteró ciclos de nutrientes y hábitats de insectos, anfibios y aves, transformando radicalmente el ecosistema.
La foto como “celebración colonial de la destrucción”
Según Tasha Hubbard, cineasta de la nación Cree:
“Esta imagen es un ejemplo de la celebración colonial de la destrucción… El exterminio del bisonte fue parte estratégica de la expansión colonial”.
La disposición metódica de los cráneos convierte el cadáver colectivo en un monumento al poder blanco, un “manufactured landscape” que glorifica la mercantilización de la naturaleza.
Economía de huesos: de desperdicio a riqueza
Michigan Carbon Works
Procesaba huesos para:
-
Filtrar azúcar: carbón de hueso en refinerías.
-
Pegamento y fertilizante: subproductos de la industria ósea.
El montículo de cráneos era prueba tangible del beneficio económico obtenido a partir de la masacre, cimentando el capitalismo extractivo sobre bases coloniales.
Capitalismo y colonialismo
Como señala Bethany Hughes (Choctaw):
“Beneficiarse de esta empresa era participar en proyectos coloniales que despojaron a los pueblos indígenas de su tierra y cultura. El colonialismo y el capitalismo van de la mano”.
Resistencia y memoria indígena
Testimonios indígenas
Líderes como Satanta (Kiowa) advirtieron:
“Destruir al búfalo significaba la destrucción del indio”.
Recuperación del bisonte
Hoy hay proyectos de reintroducción liderados por tribus: la Buffalo Treaty (2014) busca restaurar manadas en reservas, revivir prácticas culturales y sanar relaciones rotas.
Lecciones para el presente
-
Reconocimiento histórico: entender el exterminio como genocidio ecológico y cultural.
-
Justicia ambiental: apoyar iniciativas indígenas de rewilding y manejo sostenible.
-
Educación crítica: incorporar estas historias en currículos para descolonizar la memoria.
El legado de la montaña de cráneos
Ochenta años de silencio han sido rotos por historiadores y artistas que recitan la foto como advertencia: bajo cada cráneo yace una cultura casi borrada. La montaña de huesos ya no es solo un remanente industrial, sino un monumento al horror y al valor de la resistencia indígena.
Conclusión
La fotografía de la montaña de cráneos de bisonte es mucho más que un documento gráfico: es la pistola humeante de una política genocida que unió ferrocarriles, fábricas y ejércitos para destruir un pilar de la vida indígena. Su estudio revela cómo el colonialismo y el capitalismo se aliaron para saquear la naturaleza y subyugar a los pueblos originarios. Reconocer esta historia es el primer paso hacia la reparación ecológica y cultural que las praderas —y sus guardianes originarios— merecen.