Mario Vargas Llosa (1936–2025), Premio Nobel de Literatura 2010, vivió sus últimas semanas en la ciudad que describió con furia y ternura: Lima. Después de décadas en Madrid, París y Nueva York, eligió retornar a la capital peruana para enfrentar su enfermedad incurable y reafirmar un vínculo complejo, marcado por la crítica, la pasión política y la creación literaria. Que haya fallecido en Lima, rodeado de su familia, es un símbolo de cierre para un autor cuya peruanidad fue cuestionada y reivindicada hasta el final.
Un regreso planeado: enfrentar la “larga enfermedad incurable” en Lima
En el verano de 2020 a Vargas Llosa se le diagnosticó una enfermedad sin cura, que mantuvo en privado hasta sus cercanos familiares y colaboradores médicos. Tras anunciar discretamente su retirada de la vida pública a fines de 2023, el escritor pasó el último año de su vida entre Madrid y Grecia, pero sabía que su etapa final la viviría en Perú.
Según un reportaje de El País, decidió volver a Lima en noviembre de 2024, cuando ya era consciente de que sus fuerzas menguaban. Planeó un peregrinaje íntimo por los escenarios de su obra —las mismas calles donde fue adolescente, los bares y cafés que inmortalizó— con la discreción que exigía su salud y la seguridad en zonas de la ciudad reconocidas por su violencia.
Lima como “enfermedad”: una ciudad áspera y contradictoria
Vargas Llosa describió a Perú como “una larga enfermedad incurable”: un país de intensas pasiones, tensiones políticas y profundas desigualdades. Esa áspera y violenta relación quedó plasmada en su ensayo El pez en el agua y en numerosas cartas y crónicas. Para él, Lima fue:
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Un escenario de dictaduras militares, corrupción y represión.
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El territorio donde su voz crítica tenía más eco y, a la vez, más antagonistas.
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La cuna de su formación intelectual, pero también de sus peores desengaños políticos.
Durante décadas, sus opositores lo llamaron “español” para deslegitimar su mirada sobre el país. En 1993, tras el autogolpe de Fujimori, Vargas Llosa aceptó la nacionalidad española sin renunciar a la peruana, un gesto de doble pertenencia que muchos interpretaron como un rechazo a la tiranía.
El último peregrinaje literario
“Conversación en La Catedral” y el bar en ruinas
A fines de noviembre de 2024, empuñando un bastón y acompañado por su hijo Álvaro, el Nobel posó ante el arco oxidado que fue la entrada de La Catedral, bar inmortalizado en su novela Conversación en La Catedral (1969).
En una publicación en X, Álvaro comparó esa foto con otra de 1969, mostrando que apenas quedaba el portal y un terreno abandonado en la avenida Alfonso Ugarte, una zona peligrosa donde “rara vez” se aventura algún turista literario.
Aunque el episodio del local formó parte de la leyenda de su obra, Luis Rodríguez Pastor —biógrafo de Vargas Llosa— aclara que el autor no frecuentaba realmente aquel bar, que estaba alejado de la vida cultural oficial. El mito, sin embargo, cobró vida propia, y el retorno de Vargas Llosa lo convirtió en un símbolo de reafirmación identitaria.
Rutas de juventud y Miraflores
Tras visitar La Catedral, Vargas Llosa recorrió Miraflores, el distrito costero donde vivió con sus abuelos desde los 11 años. La quinta familiar en la calle Porta permanece intacta, un refugio de sus mejores recuerdos infantiles.
En octubre de 2024 asistió a su última función en el teatro Marsano, donde presenció en privado la adaptación de ¿Quién mató a Palomino Molero?. Era el invitado de honor en una butaca rodeada únicamente por su familia, en un gesto íntimo que los medios resumieron en escasas líneas.
Política, peruanidad y polémica
El estigma del “extranjero”
Durante su fallida campaña presidencial de 1990, y en sus críticas al fujimorato, rivales lo descalificaron por su doble nacionalidad. El señalamiento de “español” buscaba erosionar su autoridad moral frente a la crisis política peruana.
Reafirmación final
Su regreso y muerte en Lima se interpretan como un mensaje último: la peruanidad no se mide por el pasaporte, sino por el compromiso con la memoria y el futuro del país. Al elegir morir en la tierra que criticó y amó, Vargas Llosa cerró un ciclo de tensión entre el exilio voluntario y la patria recuperada.
Escenarios de novela: de la violencia a la memoria
Callejuelas de puñal fácil
El itinerario de sus últimos meses incluyó sectores marginales donde se libra la violencia cotidiana: callejones donde una vez se temió la navaja. Para un joven Vargas Llosa, esas calles fueron aula de vida, y para el anciano, escenario de reflexión sobre el Perú cambiante.
El rescate de Batuque
El episodio autobiográfico de El pez en el agua —cuando rescató a su perro Batuque y halló inspiración en La Catedral— reapareció en su memoria como metáfora de la brutalidad colonial y la resiliencia personal.
Voces de testigos y biógrafos
Luis Rodríguez Pastor, autor de Mario Vargas Llosa para jóvenes, condujo rutas literarias por Lima, pero evitaba La Catedral por seguridad. Para él, el mito del bar refleja la potencia simbólica de la obra de Vargas Llosa frente a la realidad urbana.
La visita final de Vargas Llosa, asegura Rodríguez Pastor, fue menos un paseo turístico que un rito de paso, reafirmando que su creación literaria nació de un Perú incómodo pero fundamental.
El cierre de un ciclo histórico
De la dictadura de Odría a la democracia
Conversación en La Catedral retrata la dictadura de Manuel Odría (1948–1956) y sus efectos en la sociedad. Cuando Vargas Llosa fue adolescente, ese régimen marcó su consciencia política; sus últimos pasos en Lima evocaron aquella era de represión y la lucha por la libertad que permea su narrativa.
La quema de libros
En su autobiografía recuerda que sus primeras obras fueron objeto de censura y quema de ejemplares. Volver al sitio donde quemaron sus libros fue un acto de victoria simbólica sobre la ignorancia y la intolerancia.
Un legado reafirmado en Lima
Vargas Llosa vivió en Europa gran parte de su vida adulta, pero su obra siempre volvió al Perú:
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La ciudad y los perros (1963): la vida en el Colegio Militar.
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La casa verde (1966): la marginalidad de Piura.
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Conversación en La Catedral (1969): la Lima subterránea.
Al recorrer estos escenarios en sus últimos meses, el autor corroboró que su brújula creativa y moral apuntaba siempre a su tierra natal.
Reacciones y homenaje póstumo
Tras su muerte el 13 de abril de 2025 en Lima, la ciudad y el país montaron homenajes:
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Lecturas públicas de sus pasajes en la Plaza Mayor.
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Exposiciones fotográficas de sus rutas finales.
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Reconocimientos oficiales por el legado cultural y político.
Que sus restos sean cremados en Lima y parte de sus cenizas esparcidas en Miraflores, según su voluntad, cierra un capítulo que mezcla literatura, política e identidad.
Conclusión: la áspera reconciliación
La “áspera y violenta” relación de Vargas Llosa con Perú no fue resuelta con palabras, sino con su presencia final en Lima. Ese retorno, planeado con discreción, fue un gesto de reconciliación: el hombre que describió la violencia y la belleza de su país eligió morir donde todo empezó. Su último viaje es un testimonio de que la peruanidad, con sus contradicciones, fue siempre el motor de su obra y su vida.
