Hace 40 años, el 1 de mayo de 1985, un equipo de científicos británicos publicó en la revista Nature un hallazgo que cambiaría la historia ambiental: el agujero en la capa de ozono sobre la Antártida. Entre ellos estaba Jonathan Shanklin, un joven físico que, irónicamente, creyó que su descubrimiento «no interesaría a mucha gente».
Lo que siguió fue una revolución global: el Protocolo de Montreal (1987), el primer tratado ambiental ratificado por todos los países de la ONU, prohibió los gases que destruían el ozono y evitó una catástrofe planetaria.
Este artículo reconstruye la vida de Shanklin, desde sus primeras mediciones en la Antártida hasta su legado como héroe climático inadvertido, explorando cómo un hallazgo fortuito se convirtió en el mayor éxito de cooperación ambiental de la historia.
Los Inicios de un Científico «Accidental»
De Aficionado a Meteorólogo a Investigador Antártico
Shanklin, nacido en 1953 en Reino Unido, desarrolló su pasión por la meteorología desde niño: «Hacía mediciones de lluvia y temperatura en mi jardín». En 1977, con 23 años y recién graduado en Física en Cambridge, respondió a un anuncio del British Antarctic Survey (BAS): «Buscaban un físico con interés en meteorología y algo de programación».
Su trabajo inicial fue digitalizar datos manuales de ozono recogidos en la base Halley, una tarea considerada rutinaria. Sin embargo, esos registros —escritos a mano en hojas de papel— contenían la clave del futuro.
El Momento Eureka: Un Gráfico que Alarmó al Mundo
En 1983, para una jornada de puertas abiertas del BAS, Shanklin preparó un gráfico comparando datos recientes con los de 20 años atrás. Su objetivo era demostrar que no había cambios significativos, pero notó algo inquietante: «Los valores de ozono en primavera antártica eran mucho más bajos».
Su jefe, Joe Farman, fue escéptico: «Una golondrina no hace verano», le dijo. Pero Shanklin persistió. Tras analizar datos de 1957 a 1984, confirmó una tendencia alarmante: el ozono sobre Halley había perdido un tercio de su espesor.
La Publicación que Desató una Crisis Global
Nature y el «Agujero» que Nadie Esperaba
El 1 de mayo de 1985, Shanklin, Farman y Brian Gardiner publicaron su estudio en Nature. El término «agujero» (acuñado por un periodista) capturó la imaginación pública: «Fue clave para generar alarma», admitió Shanklin.
La causa eran los clorofluorocarbonos (CFCs), gases usados en aerosoles y refrigerantes que, al llegar a la estratosfera, destruían el ozono. Mario Molina y Sherwood Rowland ya lo habían predicho en 1974, pero el hallazgo antártico lo confirmó.
Reacciones: De la Negación a la Acción
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Industria química: Intentó desacreditar el estudio, igual que hoy ocurre con el cambio climático.
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Margaret Thatcher: La primera ministra británica, formada en química, impulsó el Protocolo de Montreal.
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Medios: La imagen del «agujero» se volvió un símbolo de la fragilidad terrestre.
El Protocolo de Montreal: Un Milagro Diplomático
Prohibición de los CFCs: ¿Por qué Funcionó?
Shanklin destaca cuatro factores clave:
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Evidencia visual: Satélites mostraron el agujero en tiempo real.
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Riesgo para la salud: Cáncer de piel y cataratas movilizaron a la población.
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Alternativas rentables: Las empresas encontraron sustitutos lucrativos.
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Liderazgo político: Thatcher y Reagan apoyaron la ciencia.
El resultado: en 1987, 197 países firmaron el protocolo. Para 2000, las emisiones de CFCs cayeron un 82%.
Errores y Lecciones para el Cambio Climático
Shanklin critica la lentitud frente al CO₂: «Sabíamos que los CFCs eran peligrosos en los 70, pero actuamos hasta los 80. Con el clima, ya vamos tarde».
El Legado de Shanklin y el Futuro del Ozono
¿Se está Cerrando el Agujero?
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2023: El agujero antártico mide 23 millones de km² (similar a 2015).
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Proyecciones: La capa se recuperará totalmente para 2060.
Nuevos Desafíos
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Emisiones ilegales de CFCs en China (2018): Frenaron la recuperación.
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HFCs: Sustitutos de los CFCs que son potentes gases invernadero.
Conclusión: Jonathan Shanklin, Un Héroe Silencioso y su Advertencia para el Siglo XXI.
La historia de Jonathan Shanklin es un testimonio de cómo la ciencia, la perseverancia y la cooperación internacional pueden alterar el curso de la humanidad. Su descubrimiento del agujero en la capa de ozono no solo evitó una catástrofe ambiental, sino que demostró que los gobiernos pueden unirse frente a amenazas globales cuando la evidencia es irrefutable y el riesgo, inmediato. El Protocolo de Montreal, fruto de su trabajo, sigue siendo un faro de esperanza: redujo un 82% las emisiones de CFCs y probó que las industrias pueden adaptarse a regulaciones estrictas si existen alternativas viables.
Sin embargo, Shanklin mismo advierte que esta victoria no debe generar complacencia. Mientras el ozono se recupera lentamente —proyectado a cerrarse para 2060—, el cambio climático avanza con una ferocidad que exige acciones aún más audaces. Los errores del pasado, como la demora en actuar contra los CFCs pese a las advertencias de los 70, se repiten hoy con el CO₂. La diferencia crucial es que, a diferencia de los gases que dañan el ozono, las emisiones de combustibles fósiles están entrelazadas con la economía global, y sus efectos son más difusos en el imaginario colectivo.
El legado de Shanklin trasciende lo ambiental: es una lección sobre humildad científica (él nunca buscó fama), rigor (sus datos manuales fueron clave) y comunicación efectiva (el término «agujero» movilizó al público). Pero también expone nuestras contradicciones: celebramos su éxito mientras permitimos que emisiones ilegales de CFCs en China o el uso de HFCs (sucesores igualmente dañinos) frenen la recuperación.
En un mundo donde la desinformación campa libremente, su historia urge a confiar en la ciencia y exigir transparencia a los líderes. Si el agujero de ozono nos enseñó algo, es que el tiempo es el recurso más valioso en una crisis planetaria. Como él mismo dice: «Actuamos a tiempo con el ozono, pero con el clima, ya vamos tarde». El desafío ahora es convertir su advertencia en acción antes de que el reloj climático marque una hora irreversible.