En la última década, numerosos estudios han puesto de manifiesto una profunda brecha de género en el bienestar de los adultos jóvenes: mientras sus compañeras superan a las primeras en educación, ingresos y salud mental, ellos se rezagan en prácticamente todas las métricas clave.
El profesor Scott Galloway, de la Universidad de Nueva York, popularmente conocido por sus agudos análisis de economía, tecnología y cultura, ha dedicado gran parte de su reciente trabajo a arrojar luz sobre la crisis de los hombres jóvenes. A través de su podcast “Lost Boys” (“Chicos perdidos”) y su próximo libro Notes on Being a Man, Galloway busca no solo diagnosticar el problema, sino proponer soluciones prácticas y humanizar una discusión que a menudo se reduce a simples titulares apocalípticos.
El diagnóstico estadístico: alarmantes cifras de salud y criminalidad
Los datos contrastan drásticamente entre géneros y generaciones. Según el Instituto Nacional de Salud Mental (NIMH) y organizaciones de investigación demográfica:
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Suicidio: los hombres jóvenes tienen cuatro veces más probabilidad de suicidarse que las mujeres de su misma edad.
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Adicciones: tres veces más riesgo de abuso de sustancias, desde opioides hasta alcohol.
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Encierro: doce veces más probabilidad de pasar por la cárcel por delitos no violentos.
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Depresión: niveles récord, con un 30 % de hombres de 18–30 años diagnosticados con trastorno depresivo mayor, frente al 20 % de mujeres.
Esta acumulación de indicadores— en palabras de Galloway— muestra que estamos criando a la generación más obesa, ansiosa y deprimida de la historia. No es solo un problema de bienestar individual; tiene un impacto colectivo en la cohesión social, la demanda de servicios de salud pública y el futuro demográfico.
Educación y empleo: las jóvenes adelantan, los chicos se quedan atrás
Por primera vez en la historia moderna:
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Las mujeres menores de 30 ganan, en promedio, más dinero que sus homólogos masculinos en centros urbanos de EE. UU.
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Más mujeres jóvenes poseen viviendas unifamiliares en propiedad que hombres.
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En la universidad, las graduadas recientemente superan en un 10 % al número de graduados.
Esto no significa un retroceso de los hombres, sino un avance sin precedentes de las mujeres: más preparación académica, mejores habilidades siguientes a la economía de la era de la información y mayores tasas de empleo en sectores de alto crecimiento (tecnología, salud, finanzas).
Sin embargo, los hombres no han logrado compensar esta brecha. Un porcentaje creciente de chicos no completan la universidad, se quedan en empleos de baja remuneración o sufren desempleo de largo plazo. La productividad y salarios reales de los jóvenes masculinos han estancado o incluso retrocedido respecto a la generación de sus padres, un fenómeno sin precedentes desde la posguerra.
Salud mental y soledad: jóvenes aislados y deprimidos
La soledad y la falta de conexión emocional golpean con fuerza a los hombres jóvenes. Un estudio de la Fundación Wellcome revela que un 35 % de jóvenes varones en EE. UU. reporta sentirse solo con frecuencia, comparado con el 25 % de mujeres. ¿Por qué?
“Las mujeres tienden a canalizar la energía romántica hacia amistades o carrera profesional. Los hombres la dirigen a videojuegos, porno o se aíslan”, explica Galloway.
El aislamiento prolongado genera ansiedad y depresión, exacerbadas durante la pandemia de COVID-19. Sin redes sociales de apoyo —amistades profundas, comunidades—, muchos optan por refugios digitales que, si bien brindan escape momentáneo, agravan el problema a largo plazo.
La crisis de la masculinidad: redefiniendo roles
Scott Galloway propone que la masculinidad —una construcción social cambiante— debe apoyarse en tres pilares aspiracionales:
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Proveedor: asumir responsabilidad económica.
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Protector: cuidar la integridad física y emocional de otros.
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Procreador: canalizar el deseo sexual hacia relaciones profundas y significativas.
“Como proveedor, un hombre debería aspirar a la viabilidad económica de su hogar. Si tu pareja gana más, apóyala”, afirma Galloway.
Algunos jóvenes, sin embargo, no encuentran su rol: sin perspectivas laborales estables, sin brújula de identidad, muchos renuncian a la responsabilidad económica y se marginan.
Como protector, Galloway subraya la urgencia de que los hombres rechacen actitudes tóxicas y defiendan a los más vulnerables, combatiendo discursos de odio y protegiendo la seguridad de mujeres y minorías.
La dimensión procreadora —tener pareja e hijos— ofrece un sentido de propósito, pero la edad de primer hijo ha pasado de 27 a 30 en la última generación, y solo un 27 % de los 30 años convive con su descendencia, frente al 60 % en la generación anterior. La inestabilidad económica y afectiva disuade la formación de familias.
Relaciones y sexo: brecha de pareja y frustración emocional
La “brecha de pareja” es dramática:
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Dos tercios de las mujeres menores de 30 tienen novio o pareja estable.
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Solo un tercio de los hombres de esa franja tiene relación amorosa.
Este desequilibrio refleja una combinación de factores: hombres menos viables económicamente, inseguridades emocionales y dinámicas de citas digitales donde la selección se concentra en un pequeño grupo de “superestrellas” (hombres atractivos o con recursos), dejando a la mayoría en la zona de “descartes”.
El resultado es frustración sexual y afectiva que, sin vías de canalización saludables, deriva en adicción a pornografía, dificultades de socialización y desmotivación vital.
Propuestas de política pública: elevar la viabilidad económica
Galloway sostiene que, aunque es crucial no frenar el progreso femenino, los jóvenes necesitan más oportunidades. Algunas propuestas:
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Salario mínimo de 25 USD/hora en EE. UU.: en un contexto de empleo bajo, elevaría la viabilidad económica de millones.
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Programas de vivienda asequible: cuotas de alquiler limitadas y créditos para primeros compradores.
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Incentivos fiscales por contratación de jóvenes: bonificaciones a empresas que formen aprendices e inviertan en capacitación.
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Redes de mentoría nacional: profesorado y voluntarios guían habilidades blandas y técnicas, mejorando la empleabilidad.
Estas medidas no solo impulsan ingresos, sino que envían un mensaje de inclusión social: la sociedad invierte en sus jóvenes varones y valora su contribución.
El consejo provocador de Galloway: beber más y socializar
En un giro sorprendente, Galloway advierte contra el movimiento antialcohol que aleja a los jóvenes de los bares y clubes:
“El riesgo hepático de un joven de 25 años es insignificante frente a la ansiedad y el aislamiento social. Mi consejo, con humor, es: salgan más de casa, beban más y tomen malas decisiones que quizá les salgan bien.”
El objetivo, explica, es volver a los espacios sociales presenciales, recuperar la espontaneidad y la confianza en la interacción cara a cara, clave para forjar amistades y relaciones sanas.
Iniciativas privadas y comunitarias: educación socioemocional
Además de políticas estatales, ONGs y empresas han lanzado programas:
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“Brothers Building Brotherhood”: talleres de inteligencia emocional para chicos de 16–25 años.
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Plataformas de voluntariado: asignan mentores a jóvenes sin redes familiares estables.
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Bootcamps tecnológicos: ofrecen formación intensiva en programación con becas completas.
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Clubes deportivos comunitarios: combinan actividad física con coaching de vida, reduciendo sedentarismo y soledad.
Estos proyectos combinan capacitación profesional con desarrollo personal, atacando simultáneamente la viabilidad económica y la salud mental.
Experiencias personales: voces de los jóvenes
Para comprender la crisis, recogimos testimonios de hombres de 20–30 años:
Luis (24, desempleado): “Terminé la carrera en 2020, durante la pandemia. Desde entonces vivo con mis padres y me siento un fracaso. Mis amigas ganan más y planean matrimonio; yo ni puedo pagar un alquiler”.
Javier (27, introvertido): “La pandemia me aisló. Ahora que sale todo el mundo, entro a partidos de videojuego y no sé cómo acercarme a alguien en la vida real”.
Carlos (29, freelance): “Trabajo por cuenta propia, pero mis ingresos son erráticos. Mi novia gana el doble que yo y evita hablar de matrimonio. Me siento presionado y deprimido”.
Sus casos ilustran el círculo vicioso: baja viabilidad → baja autoestima → aislamiento → dificultades de acceso al empleo → más baja viabilidad.
El futuro de una generación: ¿cómo revertir la tendencia?
La magnitud del problema exige un esfuerzo conjunto:
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Educación temprana: incorporar habilidades socioemocionales y de resolución de conflictos en el currículo escolar.
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Orientación profesional: consejeros vocacionales que guíen a jóvenes varones hacia empleos con demanda y crecimiento.
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Redes de apoyo comunitarias: fomentar centros cívicos donde los chicos aprendan oficios, practiquen deportes y reciban mentoría.
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Salud mental accesible: cobertura sanitaria que incluya terapia psicológica gratuita o de bajo costo para hombres jóvenes.
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Cultura de empatía intergénero: campañas que promuevan la solidaridad entre jóvenes de ambos sexos.
Solo con un enfoque holístico—educación, empleo, salud y cultura—podremos recuperar la viabilidad económica y emocional de estos hombres, beneficiando a toda la sociedad.
Conclusión
Los hombres jóvenes de hoy viven una paradoja: crecen en un mundo con más oportunidades que nunca, pero ellas no les son accesibles por desequilibrios estructurales en educación, empleo, salud mental y dinámicas de género. No se trata de revertir el progreso de las mujeres—al contrario, como subraya Galloway, ese progreso es motivo de celebración—sino de ampliar el círculo de prosperidad para incluir también a los chicos.
“La empatía no es un juego de suma cero”, concluye Galloway. “Las mujeres solo seguirán prosperando si contamos con hombres viables a su lado”.
La generación de hombres jóvenes necesita urgentemente nuestra ayuda: desde políticas públicas audaces hasta la reconstrucción de redes de apoyo comunitario y la reinvención de la masculinidad en términos de proveedor, protector y procreador. Solo así, y trabajando juntos, podremos evitar que una cohorte entera quede inviable y reenfocar su potencial hacia un futuro de mayores oportunidades y bienestar compartido.