En pleno siglo XXI, con aplicaciones de citas que multiplican nuestras opciones amorosas, el debate sobre si los seres humanos somos monógamos por naturaleza cobra más fuerza que nunca. Tradicionalmente hemos dado por sentado que “dos personas, un amor” es la norma. Sin embargo, la monogamia exclusiva es sorprendentemente rara en el reino animal. ¿Cómo llegamos los humanos a este modelo y por qué, a pesar de ello, muchos seguimos buscando otras fórmulas —poliamor, swingers, relaciones abiertas— para satisfacer nuestras necesidades emocionales y biológicas?
Para responderlo, debemos adentrarnos en la evolución de nuestros antepasados, en la comparativa con primates, en la bioquímica de nuestro cerebro y en las variantes culturales que han configurado más de 7 000 años de civilización. Solo así entenderemos por qué la monogamia es una estrategia de supervivencia imperfecta… y cómo nuestra flexibilidad nos hizo conquistar el planeta.
Lecciones de otros primates: de la poligamia al confundir paternidades
Gorilla, chimpancé y bonobo: tres modelos opuestos
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Gorilas (Gorilla gorilla): viven en grupos poligínicos liderados por un solo macho, que se aparea con varias hembras. Este sistema facilita infanticidios cuando llegan machos rivales: matan las crías ajenas para forzar la fecundidad de las hembras y propagarse genéticamente.
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Chimpancés (Pan troglodytes): grupos multi-macho/multi-hembra. Las hembras ruedan con varios machos, confunden la paternidad y reducen el riesgo de infanticidio. La competencia sexual es intensa, pero el vínculo padre-hija es incierto.
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Bonobos (Pan paniscus): también poliándricos y poligínicos, aunque con una sexualidad muy abierta que cumple funciones sociales de conflicto-resolución.
El ancestro común y el viraje monógamo
Los primeros homínidos, hace aproximadamente 2 millones de años, habitaban sabanas de África oriental. El cambio climático convirtió bosques en pastizales, aumentando la vulnerabilidad a depredadores. Allí, la única manera de criar exitosamente crías de cerebros voluminosos —que debían mamar y aprender durante años— fue estableciendo vínculos estables padre-madre.
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Tamaño del cerebro y dependencia prolongada: a medida que el cerebro crecía, las crías tardaban más en valerse por sí mismas.
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Protección grupal vs confusión de paternidad: demasiados machos dificultaban la confusión de paternidad y la protección de la camada.
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Inversión paternal: un macho que invirtiera tiempo en una sola hembra garantizaba la supervivencia de sus propios genes.
Conclusión evolutiva: la monogamia emergió como la única estrategia viable para nuestra especie: padres que cooperan en la crianza y reducen infanticidios, sacrificando la libertad reproductiva a cambio de seguridad y cuidado intensivo.
Monogamia “perfecta” vs. realidad: la trampa de la promesa única
Gibones: los “monógamos reales”
Entre los simios, solo los gibones mantienen parejas únicas toda la vida, viviendo aislados del grupo. Su éxito relacional se basa en la fácil vigilancia de un territorio pequeño y los fuertes lazos de pareja.
Humanos en grandes grupos
Nuestro ancestro, obligado a vivir en grupos amplios, no pudo replicar la estrategia gibón. La imposibilidad de control total sobre las interacciones generó tensiones:
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Atracción por la novedad: la dopamina nos impulsa a buscar estímulos nuevos.
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Oxitocina y vínculo: desde el apego al bebé hasta el enamoramiento, la oxitocina refuerza la pareja… pero no anula deseos ajenos.
Dentro de nuestro cerebro: química del amor y del deseo
Oxitocina, la “hormona del abrazo”
Estudios en topillos de pradera (Microtus ochrogaster) —un roedor monógamo— revelan que altos niveles de receptores de oxitocina en áreas de recompensa cerebral son indispensables para formar y mantener vínculos de pareja duraderos. En humanos, picos de oxitocina tras el contacto físico consolidan el apego.
Dopamina y búsqueda de recompensa
Al inicio de una relación, la dopamina fluye abundantemente: nos sentimos eufóricos e hipervinculados. Con el tiempo, el circuito de recompensa se amortigua y aparece la búsqueda de novedad, terreno fértil para las infidelidades.
Serotonina y control de impulsos
Bajos niveles de serotonina se asocian a comportamientos impulsivos. La fidelidad exige autocontrol, un reajuste neuroquímico que no siempre se sostiene.
Monogamia cultural: normas, sanciones y excepciones
Historia de la monogamia
En la mayor parte de las sociedades agrícolas, la monogamia se impuso por:
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Heredar tierras: evitar conflictos sobre sucesión patrimonial.
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Estabilidad familiar: asegurar la manutención de hijos.
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Control social: facilitar el orden religioso y legal.
Poligamia y poliandria
Aunque minoritarias, persisten distintas modalidades:
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Poliginia (hombre con varias esposas): prevalente en culturas pastoriles y musulmanas.
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Poliandria (mujer con varios maridos): rara, documentada en Nepal, Tíbet y algunas islas; evita la subdivisión de tierras en economías de subsistencia.
Modernidad y poliamor
En Occidente, surgen:
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Relaciones abiertas: acuerdos de infidelidad consentida.
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Poliamor: múltiples vínculos íntimos simultáneos, enfatizando la honestidad y el consentimiento.
¿Monógamos o flexibles? El dilema contemporáneo
Datos globales
La monogamia legalizada es la más común, pero encuestas revelan que:
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Entre 20–40 % de parejas admiten infidelidad.
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El 5–10 % practica algún tipo de “apertura” relacional.
Psicología de los celos
Los celos reflejan miedo a la pérdida de recursos (atención, cuidados, descendencia). En relaciones poliamorosas, la clave está en:
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Comunicación constante
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Negociación de límites emocionales
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Gestión de inseguridades
¿Monogamia saludable? Recomendaciones para parejas
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Fomentar la intimidad diaria: dedicar tiempo de calidad.
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Mantener la novedad: innovar en actividades en pareja.
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Gestión de conflictos: acordar protocolos de celos.
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Autoexploración individual: reconocer deseos y límites propios.
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Buscar ayuda profesional: terapia de pareja ante crisis de confianza.
Conclusión: monogamia como estrategia, no destino
La monogamia humana se forjó para criar crías de cerebros enormes en grupos peligrosos. Fue un arreglo evolutivo crucial y, más tarde, culturalmente reforzado. Pero nuestros cerebros flexibles, herederos de ancestros polígamos, nos empujan también a la novedad y la exploración.
“Somos monógamos … y no lo somos.”
Esta aparente contradicción es la fuerza que nos permitió poblar el planeta y crear sociedades complejas. Hoy, en un mundo de infinitas opciones digitales y nuevas formas de amar, la lección evolutiva es clara: la mejor relación —monógama, poliamorosa o híbrida— será siempre la que nos haga sentir seguros, respetados y emocionalmente satisfechos, adaptada a nuestro contexto biológico y cultural.