En julio de 1838, Charles Darwin, naturalista incipiente y secretario de la Sociedad Geológica de Londres, se encontró enfrascado en un dilema tan humano como trascendente: ¿debía casarse, o permanecería más feliz y productivo viviendo solo? Para responderlo, Darwin tomó lápiz y papel y elaboró dos listas: una de ventajas de “Casarse” y otra de ventajas de “No casarse”, vertiendo reflexiones tan sinceras que hoy resultan curiosas y didácticas.
Pero Darwin, pese a su ordenada mente científica, omitió varios beneficios esenciales del matrimonio. En este reportaje periodístico exhaustivo, no solo analizaremos esas listas originales y la decisión que condujo al naturalista a formalizar su unión con Emma Wedgwood, sino que también rescatamos ventajas que ni él ni otros grandes genios —como Vladimir Nabókova y León Tolstói— reconocieron o supieron valorar por completo. A su vez, extraemos lecciones sobre la complementariedad de las parejas para la vida intelectual y creativa, y brindamos un panorama de qué pueden aprender los profesionales del siglo XXI de estas historias.
Darwin en 1838: vida, obra y dudas matrimoniales
Tras su regreso al Reino Unido en 1836, tras cinco años a bordo del HMS Beagle, Darwin empezó a dar forma a la teoría de la selección natural, basándose en sus observaciones de la fauna y flora sudamericana, australiana y oceánica. Para mediados de 1838:
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Era secretario de la Sociedad Geológica de Londres, publicando artículos y organizando reuniones científicas.
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Acumulaba datos experimentales sobre cría de animales en cautividad y variaciones hereditarias.
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Había contraído una cercana amistad con Emma Wedgwood, prima hermana, quien leía y comentaba borradores y compartía intereses intelectuales.
En ese torrente de trabajo, Darwin fue consciente del equilibrio necesario entre su ambición profesional y su bienestar personal. La pregunta sobre el matrimonio no era solo romántica: afectaría su tiempo, su salud y la productividad de su investigación.
La lista de “Casarse”: ventajas según Darwin
Bajo el rúbrico encabezado “Casarse”, Darwin anotó las siguientes ventajas (versión levemente modernizada pero fiel al espíritu original):
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Niños (si Dios quiere).
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Compañera constante (y amiga en la vejez) interesada en uno.
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Objeto para ser amado y con quien jugar (más divertido que un perro).
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Hogar y alguien que cuide la casa.
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Los encantos de la música y la charla femenina.
Con brutal sinceridad añadió:
“Estas cosas son buenas para la salud, pero una terrible pérdida de tiempo”.
Finalmente comparó escenarios: la soledad en una “casa sucia de Londres” frente a “una esposa suave en un sofá junto a la chimenea, con libros y música”.
La lista de “No casarse”: contras según Darwin
En la lista contrapuesta, Darwin apuntó los contras de permanecer soltero:
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Libertad de ir donde quiera.
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Elegir si socializar y apenas hacerlo.
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Conversación de hombres inteligentes en clubes.
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No obligación de visitar familiares o doblegarse a nimiedades.
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Evitar los gastos y la ansiedad de los niños (quizás peleas).
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Pérdida de tiempo y no poder leer por las tardes.
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Gordura y ociosidad.
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Ansiedad y responsabilidad.
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Menos dinero para libros, etc.
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Con muchos hijos, obligación de “ganarse el pan” (malo para la salud).
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Esposa disgustada con Londres → destierro y degradación a tonto ocioso.
A pesar de la mayor longitud de los contras, Darwin concluyó que las ventajas del matrimonio pesaban más:
“Cásate QED.”
La decisión final: “¡Cásate! QED”
Con Quod Erat Demonstrandum selló su veredicto. Pronto se planteó cuándo hacerlo: consejos de casarse joven chocaban con su miedo a “problemas, gastos y pérdida de tiempo diaria”, y con la fantasía de viajes en globo, estudios de lenguas y expediciones. Sin embargo, Darwin sabía que la soledad prolongada acarrea vejez “aturdida, sin amigos, con frío y sin hijos”.
El 11 de noviembre de 1838, celebró en su diario:
“¡El día de los días!”
Emma Wedgwood había aceptado casarse con él. La boda, celebrada el 29 de enero de 1839, sellaría la alianza entre dos generaciones de científicos (los Darwin y los Wedgwood) y brindaría a Charles un entorno óptimo para su labor intelectual.
Ventajas que Darwin no mencionó
Aunque Darwin acertó al identificar muchos beneficios del matrimonio, omitió varias ventajas clave derivadas de la vida en pareja. A continuación, ampliamos con cinco categorías:
Apoyo emocional y compañía intelectual
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Validación de ideas: un cónyuge puede servir de primer lector y crítico sincero.
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Estabilidad psicológica: compartir dudas y frustraciones equilibra el estado de ánimo.
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Compañerismo profesional: colaboración en proyectos y correspondencia con colegas.
Descarga logística y doméstica
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Gestión del hogar: organización de espacios de trabajo limpios y ordenados.
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Cuidado de la salud: recordatorios de descanso, medicación y citas médicas.
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Reducción de tareas banales: liberación de tiempo para la investigación y la lectura.
Impulso profesional y redes sociales
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Presentaciones sociales: acceso a círculos intelectuales y benefactores a través de la red del cónyuge.
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Sustento económico: dualidad de ingresos o apoyo familiar que financia proyectos arriesgados.
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Imagen pública: parejas consolidadas inspiraban confianza en editores y mecenas.
Salud física y mental a largo plazo
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Menor riesgo de depresión: varios estudios modernos confirman menor incidencia de depresión en casados.
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Longevidad: compartir hábitos saludables y vigilancia mutua incrementa la expectativa de vida.
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Apoyo en enfermedad: durante dolencias, un cónyuge asegura cuidados constantes.
Herencia genética y sentido de propósito
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Continuidad biológica: legado en hijos, posibilidad de observar la transmisión de rasgos e intereses.
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Sentido de misión: la paternidad o maternidad dan un enfoque vital más allá de la obra profesional.
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Red de soporte familiar: ampliación de la familia extensa que ayuda tras la muerte de uno de los dos.
Emma Wedgwood: la gran esposa de Darwin
Emma Darwin no fue una “esposa decorativa”:
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Transcribió y ordenó manuscritos de El origen de las especies.
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Traducía textos científicos en francés y alemán.
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Administró los cuidados de sus diez hijos y la correspondencia.
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Proporcionó estabilidad emocional, incluso cuando la familia sufría pérdidas por enfermedades hereditarias.
Gracias a Emma, Darwin disfrutó de una rutina ideal: mañana de trabajo, paseo y almuerzo familiar, lectura vespertina a cargo de su esposa y música tras la cena.
Véra Nabókova: compañera de un autor inmortal
Vladimir Nabókov encontró en Véra un colega intelectual y gestora incansable:
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Mecanografió y corrigió borradores de novelas.
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Fue su agente y traductora al inglés y ruso.
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Dictó clases cuando él no podía.
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Custodió mariposas y acompañó a Vladimir en expediciones entomológicas.
Su alianza más allá del afecto potenció la obra de Nabókov, confirmando que un matrimonio de genios puede ser una fábrica de creatividad.
El otro lado del espejo: Tolstói y Sofía
León Tolstói y Sofía Andreevna tuvieron una relación tóxica:
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Tolstói despreciaba sus propias novelas y expresaba celos y rechazo a Sofía.
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Sofía copiaba a mano volúmenes enteros de Guerra y paz, administraba finanzas y proseguía proyectos editoriales sin gratitud.
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Su distancia creció cuando Tolstói renunció a bienes y explotó con anarquistas como Chertkov.
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Finalmente, Tolstói abandonó el hogar en 1910, muriendo lejos de su esposa, quien siguió sosteniendo la familia y el legado literario.
Este caso ilustra que solo el cariño compartido y el respeto mutuo evitan que el matrimonio sea una carga.
Lecciones para el siglo XXI
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Valorar la colaboración: reconocer el rol activo de la pareja en los proyectos propios.
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Comunicación y respeto: evitar celos y resentimientos como los de Tolstói.
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Equilibrio trabajo-vida: repartir tareas domésticas y profesionales.
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Apoyo emocional: compartir metas y frustraciones para mantener la salud mental.
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Planificación conjunta: decidir el momento de casarse y tener hijos con flexibilidad.
La historia de Darwin y sus contemporáneos muestra que un matrimonio bien entendido puede ser la mejor estrategia de vida para un creador o científico.
Conclusiones:
Cuando Charles Darwin evaluó el matrimonio con lápiz y papel, acertó al sopesar compañía, crianza y hogar, frente a la libertad y el silencio de la soltería. Sin embargo, dejó fuera la colaboración intelectual, el sustento emocional, la gestión logística y el impulso profesional que una pareja aporta. Historias como las de Emma Darwin y Véra Nabókova demuestran la potencia de estas alianzas, mientras que el drama de Tolstói y Sofía advierte del riesgo de la ingratitud y el desprecio.
Hoy, en el siglo XXI, seguir el ejemplo darwiniano de hacer listas puede ayudar a decidir con claridad, pero conviene ampliar el inventario a todas las facetas de la vida en común. Porque, al fin y al cabo, el matrimonio no es solo un contrato social, sino el laboratorio más íntimo donde germinan las ideas, la salud y la felicidad compartida.