En un caluroso día de verano de 2008, el físico uruguayo Ramón Méndez estaba sentado en su oficina universitaria de Montevideo cuando recibió una llamada telefónica que cambiaría no solo su vida, sino también el futuro energético de Uruguay. El ministro de Industria, Energía y Minería le ofrecía liderar una ambiciosa transición energética para reducir la dependencia del país de los combustibles importados. Aunque la propuesta era arriesgada, Méndez aceptó el desafío, a pesar de sus temores y de las advertencias de amigos que le sugerían dejar el puesto para alguien con más experiencia en política.
Hasta ese momento, la carrera de Méndez había estado enfocada en el mundo académico, particularmente en la física de partículas y en los primeros microsegundos del universo tras el Big Bang. La generación eléctrica a escala nacional era un terreno desconocido para él, pero su espíritu innovador y su capacidad para pensar «fuera de la caja» le llevaron a diseñar una solución que no solo cambiaría el panorama energético de Uruguay, sino que también serviría como modelo para otros países.
El reto de la crisis energética
Uruguay, en 2008, enfrentaba una crisis energética severa. El precio del petróleo alcanzaba niveles récord, llegando a los 145 dólares por barril, lo que representaba un golpe devastador para un país que dependía en gran medida de las importaciones de combustibles fósiles. A esto se sumaba una sequía que reducía la capacidad de las centrales hidroeléctricas, la principal fuente de energía del país, y una creciente demanda de electricidad que presionaba al alza las tarifas.
En este contexto, el gobierno uruguayo empezó a considerar la energía nuclear como una alternativa viable para reducir costos y evitar la dependencia energética de sus vecinos, Argentina y Brasil. Sin embargo, Méndez tenía una visión diferente: apostar por las energías renovables, aprovechando los recursos naturales autóctonos, como el viento y el sol, en lugar de seguir el camino tradicional.
La estrategia innovadora de Méndez
La propuesta de Méndez se basó en un enfoque innovador que combinaba la energía eólica y solar con la hidroeléctrica, utilizando un software desarrollado en Uruguay para gestionar la intermitencia de estas fuentes. El objetivo era alcanzar una capacidad instalada suficiente para cubrir los picos de demanda eléctrica, utilizando las represas como fuente alternativa cuando el viento o el sol no fueran suficientes.
Este plan requería una inversión significativa, lo que implicaba el desafío de reducir la percepción de riesgo para atraer capital a tasas de retorno más bajas. Al asumir como presidente en 2010, José Mujica logró un acuerdo multipartidario en el Parlamento para establecer metas energéticas a largo plazo, lo que generó confianza en los inversores.
En 2011, Uruguay realizó su primera gran licitación para incorporar fuentes renovables a su matriz energética, y los resultados fueron tan positivos que se lanzaron nuevas licitaciones en los años siguientes. En una década, el país invirtió más de 8.000 millones de dólares en energías renovables, equivalentes al 10% de su PIB actual. La energía eólica, que en 2013 representaba apenas el 1% de la matriz eléctrica, pasó a cubrir el 34% en 2018, un ritmo que, según expertos del Instituto de Recursos Mundiales, fue «más rápido que cualquier otro país».
Un impacto global
El éxito de la transición energética de Uruguay no pasó desapercibido a nivel internacional. Decenas de parques eólicos, fotovoltaicos y centrales de biomasa transformaron el paisaje del país y lo convirtieron en un referente global en la lucha contra el cambio climático. Según un estudio del Observatorio de Energía y Desarrollo Sustentable de la Universidad Católica del Uruguay, si el país no hubiera diversificado su matriz energética, habría tenido un costo adicional en generación eléctrica de 1.621 millones de dólares entre 2020 y 2022.
Sin embargo, no todos los sectores estaban satisfechos. Algunos economistas criticaron la rapidez de la transición, argumentando que una implementación más gradual habría permitido aprovechar la reducción de los costos de las tecnologías renovables. Además, señalaron que Uruguay sigue teniendo una de las tarifas eléctricas más altas de la región. Aun así, muchos coinciden en que el cambio fue necesario para evitar un colapso del sistema energético y que, en términos de resiliencia, fue un éxito indiscutible.
Legado y proyección internacional
Tras su exitosa gestión, Ramón Méndez fue seleccionado en 2016 por la revista Fortune como uno de los 50 líderes mundiales, destacando su contribución a la descarbonización de la economía. A día de hoy, continúa asesorando a gobiernos y organizaciones internacionales sobre cómo llevar a cabo transiciones energéticas similares.
La experiencia de Uruguay se ha convertido en un caso de estudio para países desarrollados y en vías de desarrollo que buscan reducir su dependencia de los combustibles fósiles y avanzar hacia un futuro más sostenible. Como señala Méndez, «la transición energética no ocurre de forma espontánea, aunque las energías renovables sean más baratas que las tradicionales». Requiere una política de largo plazo, acuerdos multisectoriales y un entorno favorable para la inversión.
Hoy, Méndez divide su tiempo entre su labor como asesor internacional y la dirección de Ivy, una fundación sin fines de lucro que asesora a países de la región en sus esfuerzos por transitar hacia energías renovables. Desde un café en Montevideo, reflexiona sobre cómo su vida ha cambiado desde aquellos días como académico enfocado en la física de partículas. «Si bien fue extraordinario el cambio de pasar de ser un humilde profesor universitario estudiando el Big Bang a la política pública en Uruguay, este cambio es mucho mayor», comenta.
La historia de Ramón Méndez y la transformación energética de Uruguay es un recordatorio de cómo la visión y la innovación pueden cambiar el destino de un país y, en última instancia, contribuir al bienestar global. Con su enfoque audaz y su capacidad para desafiar las normas establecidas, Méndez no solo transformó la matriz energética de Uruguay, sino que también inspiró a otros a seguir su ejemplo. Su legado es un testimonio de lo que se puede lograr cuando se combina la ciencia con la política para el bien común.