Este 14 de mayo se cumplen 100 años de la publicación de La señora Dalloway (1925), la inolvidable novela de Virginia Woolf que transcurre en un solo día de junio de 1923. En sus páginas, la anfitriona de la alta sociedad londinense, Clarissa Dalloway, y el veterano de guerra traumatizado, Septimus Smith, caminan por las calles de la ciudad sin llegar jamás a cruzarse.
Un siglo después, esta obra maestra del modernismo —en la que Woolf exploró el trastorno de estrés postraumático (TEPT) de un soldado y diseccionó el “complejo militar‑industrial” británico de entreguerras— resuena de modo extraordinario en nuestra era de militarización global y pandemias. A continuación, exploramos cómo la novela anticipa debates contemporáneos sobre guerra, salud mental, feminismo, diversidad sexual y la herida colectiva de una gripe devastadora.
Woolf y el “shock de guerra”: Septimus Smith como espejo del TEPT
El otro protagonista de la novela
Septimus Warren Smith es un joven exoficial que regresa de las trincheras de Flandes con un “horror” que sus médicos tildan de histeria o cobardía. En su prosa febril, Woolf lo dota de visiones de un Londres apocalíptico: “los árboles lanzaban ramas como estallidos de metralla” y cada motor, cada estampido, se le antoja un bombardeo.
Un crítico temprano del abuso médico
Mientras Clarissa se dispone a organizar su fiesta de la tarde, Septimus recibe el desprecio y la incomprensión de dos médicos complacientes con un régimen que llamaba “cura del reposo”. Su gradual consolidación de la idea del suicidio —acto último de comunicación y desafío— anticipa la reivindicación moderna del TEPT como una lesión real y no un defecto moral.
Resonancias actuales de la militarización
En un mundo aún marcado por guerras (Irak, Afganistán, Ucrania), el caso de Septimus adquiere nuevo vigor. Woolf denuncia el silencio institucional ante el trauma de combate, hoy reeditado en estigmas contra veteranos. Su sutil crítica al complejo militar‑industrial británico —cuyos tentáculos impiden reparar a quienes pagaron con su cordura— anticipa discusiones sobre los costos de la guerra en la sociedad civil.
Clarissa Dalloway: fiesta, feminismo y la medicalización de la vida femenina
Una protagonista de mediana edad
A sus 52 años, Clarissa está lejos de las heroinas juveniles de la literatura. Sin mencionarlo de forma explícita, Woolf aborda la menopausia y el envejecimiento femenino: “se sentía muy joven, al tiempo que inefablemente avejentada”.
La mente que bulle tras la máscara social
El narrador en tercera persona libre nos desliza por la mente de Clarissa: sus remembranzas del beso con Sally Seton (su momento más exquisito), su anhelo de invisible rebeldía y su determinación de buscar la felicidad pese a convencionalismos.
Patriarcado y salud mental
La joven Woolf satiriza con agudeza el status de “señora” y la patologización de las “enfermedades femeninas”. En un momento, Clarissa recuerda con ironía cómo su “enfermedad” no era distinta a la traición psíquica de Septimus. Dos caras de la misma moneda: la vida íntima violada por las normas sociales.
Gripe española y resonancia pandémica
El aftershock de la pandemia de 1918
Clarissa, aliviada de sobrevivir a la influenza de posguerra, “había palidecido mucho… su corazón, según decían, afectado por la influenza”. El COVID‑19 y la “long COVID” reavivan la lectura de su convalecencia: la fragilidad de la vida y el anhelo de reconectar con los otros.
Una forma narrativa viral
La crítica Elizabeth Outka señala en Modernismo viral que Woolf adoptó una prosa “que se mueve como un virus” entre cuerpos y mentes. La novela fluye sin líneas temporales estrictas, vibra con la ansiedad pandémica y capta la atmósfera de un Londres “muy peligroso vivir incluso un solo día”.
Campanas de luto y celebración
El repique de las campanas atraviesa los capítulos, evocando tanto funerales de soldados como funerales de enfermos de influenza. Al mismo tiempo, Clarissa escucha el tintinear de alegría al final del día, ese milagro de la vida que tras una pandemia se vuelve a valorar con exaltación.
Crítica social y neoimperialismo
La sátira del sistema de clases
Woolf, celebrada por su compromiso político, degusta con ironía la elite británica: fiestas regladas, apariencias, omisión de las injusticias sociales. Clarissa, cómplice y víctima de su rango, permite que el lector vea los resquicios de su burbuja acomodada.
Residuo de las guerras coloniales
El regreso de Peter Walsh de la India subraya el nexo entre el campo de batalla y el imperialismo. El eco de la Primera Guerra Mundial choca con el eco de la Gran Guerra colonial, y el fantasma del “joven difunto” de la celebración alude a toda una generación sacrificada en nombre del imperio.
Perspectiva de género y sexualidad
Al retomar el “momento exquisito” del beso entre Clarissa y Sally, Woolf interpela a la sociedad victoriana y actual al incluir una voz lésbica no marginalizada. Su novela es proto‑feminista y proto‑queer, alentando reclamos por la diversidad afectiva.
Legado creativo: de “Las horas” al “Woolf Works”
Michael Cunningham y “Las horas” (1998)
El homenaje literario de Cunningham traduce el monólogo interior en tres mujeres de distintas épocas, un tributo a la estructura fragmentaria y el eco temático de Woolf.
Wayne McGregor y “Woolf Works” (2015)
El ballet trino articula pasajes de La señora Dalloway, Orlando y Al faro en danza contemporánea, demostrando la plasticidad de la prosa de Woolf para inspirar otras artes.
Un “Dalloway Day” global
Al igual que el Bloomsday joyceano, Londres celebra cada 14 de mayo lecturas en Hyde Park, recorridos por South Kensington y festejos que mantienen viva la herencia vanguardista de Woolf.
Conclusión: una novela que desafía el paso del tiempo
Cien años después, La señora Dalloway no es mera pieza de museo. Su deconstrucción del trauma bélico, su retrato radical de la subjetividad femenina, su eco pandémico y su frescura estilística siguen interpelando a un lector inmerso en conflictos globales de militarización, desigualdad social y crisis sanitaria.
Woolf anticipó el siglo XXI al combinar la gran novela política con la intimidad del fluir de la conciencia, al abrazar la fragilidad de la vida y al poner en escena la radical búsqueda de la felicidad incluso ante la certeza de la muerte. Esa tensión entre la rabia y la alegría, entre la discreción social y la explosión interior, convierte a La señora Dalloway en un faro para nuestra nueva era de retos bélicos, ecológicos y sanitarios.
Porque, al fin y al cabo, Clarissa y Septimus nos recuerdan que, pese a las sombras de la historia, la experiencia rica y compleja de un solo día puede contener un universo entero.