La economía boliviana en terapia intensiva
En las últimas semanas, Bolivia ha vivido una de las crisis más tensas de su historia reciente. La falta de diésel, gasolina y dólares estadounidenses ha desencadenado una serie de reacciones en cadena: bloqueos de transporte, cierres temporales de industrias, aumento del contrabando y colas interminables en estaciones de servicio y casas de cambio.
El gobierno de Luis Arce ha reconocido la magnitud del problema, aunque insiste en que se trata de una crisis “transitoria” y que ya se están tomando medidas para mitigarla. Sin embargo, para muchos bolivianos, la situación recuerda los peores momentos de hiperinflación y escasez vividos décadas atrás.
El diésel y la gasolina: combustibles de la desesperación
Uno de los aspectos más visibles de la crisis ha sido la escasez de diésel y gasolina. Camiones cisterna que debían reabastecer estaciones de servicio en todo el país han sufrido retrasos significativos, provocando filas de vehículos de hasta tres días de espera en algunas ciudades como La Paz, Cochabamba y Santa Cruz.
La falta de combustible ha impactado directamente el transporte público y privado, el suministro de alimentos, la logística comercial e incluso la recolección de residuos. Agricultores han reportado pérdidas millonarias por la imposibilidad de transportar sus productos a los centros de distribución.
Los sindicatos de transportistas, uno de los sectores más golpeados, han presionado al gobierno con amenazas de paro nacional si no se resuelve el problema a la brevedad.
Perú, la salvación temporal
Ante la imposibilidad de satisfacer la demanda interna con producción o importaciones regulares, Bolivia ha comenzado a mirar hacia su vecino Perú para buscar soluciones rápidas. Camiones bolivianos han cruzado la frontera para abastecerse de combustible en estaciones de servicio peruanas cercanas a Desaguadero y Puno.
El contrabando, que ya era una práctica frecuente en zonas fronterizas, se ha intensificado. Aunque algunos transportistas lo justifican como “compra de emergencia”, las autoridades peruanas han comenzado a aumentar los controles para evitar un colapso en su propia cadena de abastecimiento.
Este fenómeno ha provocado tensiones diplomáticas menores, aunque ambas naciones se esfuerzan por mantener un canal de diálogo abierto.
La otra cara de la moneda: el dólar desaparece
Mientras el combustible escasea en las calles, en los mercados financieros la situación es igual de alarmante: el dólar ha desaparecido de las casas de cambio oficiales. El tipo de cambio paralelo ha crecido sin control, llegando a cotizaciones un 30% superiores al tipo oficial fijado por el Banco Central de Bolivia (BCB).
Empresarios, importadores y ciudadanos comunes enfrentan una situación límite: no pueden acceder a divisas para comprar insumos del extranjero, pagar deudas o siquiera ahorrar. Los vuelos internacionales, por ejemplo, han empezado a cobrar en dólares únicamente, generando una nueva barrera para quienes desean salir del país.
La demanda de dólares ha crecido por la incertidumbre generalizada, pero el BCB no cuenta con suficientes reservas internacionales líquidas para abastecer al sistema.
Factores que explican el colapso
La crisis no ha surgido de la noche a la mañana. Diversos factores se han acumulado hasta estallar:
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Reservas internacionales en caída libre: El país ha perdido más del 50% de sus reservas en menos de tres años.
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Modelo económico subvencionado: La gasolina y el diésel están fuertemente subvencionados, lo que ha generado un sistema insostenible a largo plazo.
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Dependencia del gas natural: Bolivia basa gran parte de su economía en la exportación de gas. La reducción de los contratos con Brasil y Argentina ha dejado al país con menos ingresos.
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Fuga de capitales: La incertidumbre política y económica ha empujado a muchos a sacar su dinero del país.
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Escasa inversión extranjera: La falta de seguridad jurídica ha ahuyentado a potenciales inversores.
El impacto social: desesperación y desgaste
A nivel ciudadano, la crisis se traduce en angustia y agotamiento. Las redes sociales están plagadas de videos de personas discutiendo en estaciones de servicio, protestas de amas de casa, y mensajes desesperados buscando gasolina o dólares.
La clase media está siendo golpeada especialmente fuerte, al ver cómo sus ahorros pierden valor y sus posibilidades de inversión o emprendimiento se diluyen. La informalidad crece, y los precios de productos básicos empiezan a mostrar una tendencia inflacionaria.
Muchos negocios han reducido sus horarios o incluso cerrado temporalmente, afectando el empleo y la actividad económica general.
El gobierno, entre parches y promesas
El presidente Luis Arce y su equipo económico han insistido en que se trata de una crisis controlable. Han anunciado acuerdos con proveedores internacionales, nuevas líneas de crédito con bancos chinos, y compras directas de diésel a precios elevados.
También se ha intensificado la fiscalización del contrabando, y se han impuesto sanciones a estaciones de servicio que especulan con el precio del combustible. Pero para muchos ciudadanos, estas acciones son insuficientes o llegan demasiado tarde.
Algunos sectores sociales, incluso antiguos aliados del oficialismo, han comenzado a distanciarse del gobierno. Las críticas van desde la falta de transparencia hasta el manejo negligente de las reservas.
Tensión en los sectores productivos
El sector agropecuario ha levantado la voz con fuerza. Productores de Santa Cruz denuncian que los cultivos están en riesgo por la imposibilidad de operar maquinaria, transportar productos o asegurar insumos importados.
El sector industrial también se ha visto obligado a frenar la producción por la falta de combustibles y materias primas. Algunas fábricas han optado por suspensiones temporales o rotación de personal.
En el altiplano, pequeños productores temen perder la cosecha de papa y quinua por la imposibilidad de acceder a mercados lejanos.
El mercado paralelo se impone
Con el dólar escaso y el combustible inaccesible, ha surgido un mercado negro robusto. En algunas zonas, el litro de gasolina llega a venderse al triple del precio oficial. Lo mismo ocurre con los dólares, que se venden en redes sociales o al margen de casas de cambio no reguladas.
El riesgo de un proceso inflacionario fuerte está cada vez más presente, y muchos temen una escalada hacia una hiperinflación como la que sufrió Venezuela en la última década.
¿Qué puede venir? Escenarios posibles
A corto plazo, Bolivia necesita soluciones rápidas. Algunas posibilidades son:
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Negociación urgente de nuevos créditos internacionales.
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Mayor flexibilización del tipo de cambio oficial.
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Reformas estructurales que reduzcan la dependencia del gas y las subvenciones.
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Alianzas estratégicas con países vecinos para garantizar abastecimiento.
Sin embargo, todas estas medidas requerirán voluntad política, estabilidad institucional y, sobre todo, confianza. Y eso es lo que hoy escasea tanto como la gasolina.
¿Un punto de inflexión o el inicio del colapso?
Lo que sucede hoy en Bolivia es más que una crisis de abastecimiento: es una advertencia estructural. Un modelo económico basado en subsidios, exportación de materias primas y endeudamiento encuentra hoy sus límites.
La mirada puesta en Perú como salvavidas temporal no es sostenible a largo plazo. Tampoco lo es la represión o la negación de la magnitud del problema.
Si el país no toma decisiones firmes y valientes, podría entrar en un ciclo de deterioro aún más profundo. Pero si logra recuperar la confianza y diversificar su economía, esta crisis podría convertirse en el punto de inflexión que tanto necesita.