Tras arrasar gran parte de Europa Occidental en los primeros años de la Segunda Guerra Mundial, la Alemania nazi reforzó sus conquistas con líneas defensivas casi impenetrables. Cuando Estados Unidos entró en conflicto al lado de los Aliados a finales de 1941, la invasión por mar dejó de ser una hipótesis para convertirse en cuestión de tiempo. En respuesta, Hitler ordenó la construcción del Muro Atlántico: 5.000 km de búnkeres, trincheras, campos de minas y diques de hormigón desde la costa franco–española hasta Noruega. Esta gigantesca barrera –consciente extensión de la estrategia defensiva de la Germania– provocó que los mandos aliados se embarcaran en el desarrollo de ingenios sin parangón, entre ellos el más estrafalario de todos: el Panjandrum.
El desafío aliado: romper el Muro Atlántico
El fracaso de Dieppe y la necesidad de innovación
En agosto de 1942, la Operación Jubilee –desembarco aliado en Dieppe– puso de manifiesto las dificultades de penetrar la costa francesa. Más de 6.000 soldados, en su mayoría canadienses, quedaron expuestos a un enemigo parapetado tras muros y bunkers. Los tanques se encallaron en la arena y la resistencia germana desató un baño de sangre. El costo humano fue tan elevado que los planificadores aliados comprendieron que un asalto frontal requeriría un artefacto capaz de abrir brechas puntuales: portones donde introducir blindados y tropas sin exponerse a un fuego cerrado.
Hacia un arma experimental
El objetivo era claro: diseñar un dispositivo que, desde un buque, impulsara un explosivo de gran calibre contra las estructuras de hormigón del Muro Atlántico, abriendo un boquete de dimensiones suficientes para dejar pasar tanques Sherman y transportes de infantería. Pero ¿cómo trasladar una carga de más de una tonelada a través de una playa defendida sin exponer a ingenieros ni artilleros a un fuego letal? La respuesta más insólita nacería de la fusión entre pirotecnia civil y el ingenio militar: crear “fuegos artificiales gigantes”.
Nevil Shute Norway y la “Dirección de Armas Diversas”
El ingeniero converso
Nevil Shute Norway no era un arquitecto de fortificaciones ni un capitán de marina: era un prestigioso ingeniero aeronáutico, autor del dirigible R100 y magnífico diseñador de aeronaves civiles. Cuando estalló la guerra, se alistó en la Royal Navy Volunteer Reserve y su talento le condujo al secreto departamento de Armas Experimentales, apodado “wheezers and dodgers” (“silbadores y esquivadores”). Allí reclutaban cerebros universitarios para idear artilugios capaces de cambiar el curso del conflicto.
El mandato: atravesar muros de hormigón
La instrucción a Nevil Shute fue tan brutal como sencilla: “Queremos un arma que atraviese el dique de hormigón intacto y abra un paso de al menos 3 m de ancho”. Los cálculos iniciales indicaron que haría falta al menos una tonelada de explosivos de alto poder colocada en contacto directo con la pared para fisurarla. Pero una plataforma estándar resultaba demasiado vulnerable a fuego y minas. La alternativa más loca: usar cohetes.
Inspiración pirotécnica: la rueda de Catalina
Del espectáculo civil a la guerra total
La rueda de Catalina es un artificio pirotécnico muy popular: una rueda metálica, recubierta de estopín, que gira al encender varios cohetes colocados radialmente, generando un desfile de chispas multicolores. Doug Barrie, uno de los químicos de la Royal Navy, sugirió multiplicar la idea: en lugar de una rueda pequeña, diseñar un “carrete” de 3 m de diámetro capaz de soportar una carga letal.
Nace el Panjandrum
Bautizado informalmente como Panjandrum (un vocablo burlón tomado de un viejo chiste inglés), el dispositivo se componía de:
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Dos robustas ruedas de acero de 3 m de diámetro, unidas por un tambor central destinado a la carga explosiva (1 t de amatol).
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Una docena de cohetes de combustible sólido anclados a cada rueda, con disparo secuencial remoto.
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Un sistema de timón pasivo (paletas de madera) para orientar el avance, sin control activo.
La idea: al lanzar los cohetes, la masa de estelas y el impulso generado harían rodar hacia delante el Panjandrum a más de 100 km/h, sorteando alambradas y rocas hasta estamparse contra la muralla.
Pruebas desastrosas en Westward Ho!, Devon
El golpe a la discreción
Para probarlo, se trasladó el invento a las playas de Westward Ho! (Devon) en septiembre de 1943. A pesar de las órdenes de secreto, la atracción era tal que decenas de curiosos se agolparon en la orilla, ignorando los avisos de peligro.
Un artefacto indómito
La primera prueba fue un esperpento:
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Encendido sincronizado de cohetes: lograron propulsar el Panjandrum al agua y luego a la arena.
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Desprendimiento de propulsores: varios cohetes fallaron o se soltaron, desequilibrando el aparato.
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Órbita errática: perdió dirección, giró en círculo y acabó disparando cohetes contra la misma concurrencia de civiles, quienes huyeron despavoridos.
Las posteriores modificaciones (reajuste de ángulos, refuerzo de monturas, reducción de cohetes) apenas mejoraron el performance. A la cuarta prueba, un perro juguetón se unió a la escena, corriendo detrás del estallido de arena proferido por los motores, mientras los coroneles huían.
El ensayo final y el ocaso del proyecto
Última oportunidad, enero de 1944
Con el Día D a la vista, se organizó una demostración ante los principales jefes militares. El Panjandrum, impulsado por una docena de cohetes por rueda, surcó el agua y se precipitó contra la arena. Pero cinco motos fallaron súbitamente, y el artefacto, descontrolado, pivoteó hacia un acantilado ficticio, desintegrándose en explosiones locales, lanzando metralla de arena y metal.
Proyecto cancelado
La sucesión de fracasos y la incorporación de los “Funnies” –los tanques modificados de Percy Hobart: nadadores anfibios, limpiadores de minas y lanzadores de esteras– convencieron al Alto Mando de descartar el Panjandrum. Su idea seguiría viva solo en documentos y las risas de quienes vieron rodar aquel “carrete asesino” por la playa.
Legado y premonición: del Panjandrum a los drones
Un pionero no tripulado
Aunque disparatado, el Panjandrum anticipaba la era de los vehículos no tripulados. Transportar una gran carga explosiva a un punto concreto sin exponer a personal era un objetivo militar visionario. Hoy los drones cumplen esa misión con precisión, valiéndose de sistemas de guiado invisible a la vista, pero el Panjandrum fue el primer intento.
Referencias culturales y reconstrucciones
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Adam Savage, de “Mythbusters”, construyó en 2020 una réplica en miniatura para su programa Savage Builds: redujo el número de cohetes, mejoró la cadencia de ignición y logró un rodaje más estable… aunque lejos de un uso práctico.
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En 2009, Skyburst Fireworks recreó un Panjandrum para el Festival del Libro de Appledore, con ruedas de 1,8 m y cohetes pirotécnicos. El resultado fue un brillante despliegue de chispas, sin explosivo, aplaudido como curiosidad histórica.
Nevil Shute: del ingeniero al novelista
Nevil Shute Norway, caballero de la Royal Navy y artífice del Panjandrum, compensó el fracaso militar con éxitos literarios. Publicaba bajo el seudónimo Nevil Shute, temiendo que sus fábulas minaran su reputación técnica. Tras la guerra, obras como A Town Like Alice o On the Beach lo convirtieron en un narrador de primer orden.
Conclusión: la audacia de un proyecto imposible
El Panjandrum simboliza la inventiva británica y la desesperación aliada por derribar la Muralla Atlántica. Más allá de sus pruebas cómicas y sus cohetes erráticos, demuestra que en la guerra “todo vale”: la unión de ingeniería aeronáutica, pirotecnia civil y tácticas navales generó un experimento sin precedentes.
Aunque hoy sus imágenes provoquen sonrisas, el Panjandrum ocupa un lugar único en la historia militar como semilla temprana de la tecnología no tripulada: un recital de fallos que adelantó el camino a los drones modernos. Y, sobre todo, un recordatorio de lo fina que es la línea entre el éxito y el ridículo cuando la urgencia bélica inspira ideas fuera de toda lógica aparente.