El espacio exterior, ese vasto océano de vacío, radiación y misterios, no es tan inodoro como podríamos imaginar. Al contrario: si pudiéramos olerlo, descubriríamos un mundo olfativo tan inesperadas como reveladoras. Desde los dulces matices de almendra que emanan de algunas lunas hasta el fétido aire sulfuroso de los gigantes gaseosos, cada cuerpo celeste, cada nube de gas y cada cometa despliegan una paleta olfativa única. Y lejos de ser un mero capricho sensorial, estos aromas encierran pistas fundamentales sobre la química del cosmos y, potencialmente, sobre la presencia de vida fuera de la Tierra.
El subestimado sentido del olfato en la evolución y la exploración espacial
El olfato, a menudo relegado al tercer plano tras la vista y el oído, es en realidad el sentido más antiguo y vital. Hace unos 3 500 millones de años, las primeras bacterias navegaban mares primitivos guiadas por gradientes químicos. Su flagelo, esa minúscula “hélice”, respondía a la presencia de nutrientes o toxinas, redirigiendo la célula hacia zonas propicias para la vida o alejándola del peligro.
En los mamíferos, este mecanismo rudimentario evolucionó hasta convertirse en el sofisticado sistema olfativo humano. Millones de neuronas quimiorreceptoras recubren nuestra cavidad nasal, enviando señales al bulbo olfativo y, de allí, a estructuras del cerebro encargadas de la emoción y la memoria. Así, un aroma puede transportarnos instantáneamente al pasado o alertarnos de un riesgo —gas venenoso, comida en mal estado— incluso antes de que lo procesemos conscientemente.
Para los astronautas, el olfato cumple un papel extra: les recuerda la Tierra y su hogar. En la ingravidez de una estación espacial, donde los olores no se dispersan por convección, cuidar de su bienestar sensorial resulta fundamental.
Júpiter: ¿pólvora, dulce aroma de almendras… o una bomba fétida?
Marina Barcenilla, científica espacial y diseñadora de fragancias, describe a Júpiter como “un poco como una bomba fétida”. Este gigante gaseoso, con sus gruesas bandas de colores y huracanes milenarios, ofrece un cóctel químico explosivo capaz de fascinar y repeler a partes iguales.
Capas de nubes y sus fragancias
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Capa superior (hielo de amoníaco)
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Composición: cristales de NH₃·H₂O.
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Olor: similar a la orina de gato, explica Barcenilla. Imagina ese hedor penetrante que, multiplicado a escala planetaria, presagia lo que vendrá al descender.
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Capas medias (sulfuro de amonio + azufre)
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Elementos: NH₄SH y otros sulfuros.
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Olor: huevos podridos, el clásico hedor a huevo descompuesto. La combinación de amoníaco y azufre forma una “combinación infernal” que pone a prueba hasta al olfato más resistente.
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Profundidades (amina, fósforo, tolinas orgánicas)
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Compuestos: columna de tolinas (moléculas complejas derivadas de metano y radiación), fosfina, aminas.
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Olor: un toque de oleosidad petróleos con matices de ajo. La presencia de fosfina, recientemente detectada en Júpiter, añade un trasfondo metálico y acre, similar al aroma de cableado eléctrico quemado.
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“Probablemente desearías estar muerto antes de llegar al punto de ser aplastado por la presión”, advierte Barcenilla, pues la presión en el interior de Júpiter supera con creces la que cualquier nave espacial podría soportar.
Mazapán venenoso: la ironía de las nubes de Júpiter
Barcenilla califica humorísticamente algunas capas como “nubes venenosas de mazapán”. Imagina un dulce aroma de almendras que, te aseguro, no invitaría al banquete: debajo de esa fachada se ocultan moléculas tóxicas que causarían malestar instantáneo.
Aroma extraterrestre: vivencias en la estación espacial Mir
Helen Sharman, la primera astronauta británica, guardó memorias olfativas de su viaje en 1991. Antes de partir, Alexei Leonov le entregó una ramita de ajenjo; en la ingravidez, machacaba las hojas para liberar “un aroma a salvia” que le reconectaba con la Tierra.
Microgravedad y dispersión de olores
En condiciones de microgravedad, el aire no asciende: el calor y los olores tienden a agruparse. Por ello, la comida caliente no desprende aroma hasta que el astronauta acerca la nariz al paquete.
El misterioso “olor a metal”: ozono y soldadura
Tras una caminata espacial, muchos reportaron un aroma a soldaduras o metal caliente al volver a la esclusa de aire. Sharman lo atribuye al oxígeno atómico (O) residual en la órbita baja, que al recombinarse con O₂ forma ozono (O₃). Ese “sutil picor metálico” es, en realidad, el olor característico del ozono, similar al de la electricidad estática tras una tormenta.
¿Moléculas de estrella moribunda?
Otra teoría apunta a los hidrocarburos aromáticos policíclicos (HAP), generados en la combustión incompleta de materia orgánica, presentes en el espacio tras la muerte estelar. Estos HAP – naftalina, fenantreno, etc. – aportan matices a disolvente, plástico quemado o betún, y podrían adherirse al traje y herramientas, liberándose al entrar de nuevo en la estación.
Miríada de olores: cometas, lunas y nubes interestelares
Titán: sabor a almendra, gasolina y pescado podrido
La densa atmósfera de Titán, rica en metano y nitrógeno, genera una química compleja. Barcenilla describe tres notas clave:
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Almendra dulce (formiato de etilo)
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Gasolina (compuestos orgánicos volátiles)
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Pescado podrido (sulfuro de hidrógeno, H₂S)
Ese cóctel, paradójicamente aterciopelado y repulsivo, revela la presencia de sustancias prebióticas en una luna que guarda paralelismos con la Tierra primitiva.
HD 189733 b: un gigante gaseoso nauseabundo
A unos 64 años luz, este exoplaneta abrasador desprende vapores de minerales y metales en evaporación, creando aromas a huevos podridos y óxido metálico. Un destino nada apetecible para aspirantes a turistas espaciales.
Nubes de polvo interestelar: “helados locos” y amoníaco
Las nubes que serpentean por los brazos espirales de la Vía Láctea contienen H₂O, NH₃ y HCN. Al mezclarse estos gases, algunos investigadores evocan un olor a helado químico con toques de tripa de gato, resultado del amoníaco concentrado.
Sagitario B2: el aroma de la vida naciente
En el centro galáctico, la nube molecular Sagitario B2 atesora moléculas prebióticas —etanol, metanol, acetona, sulfuro de hidrógeno, etilenglicol— que podrían “oler” a anticongelante o ron añejo, y contienen ingredientes básicos para la formación de aminoácidos y azúcares.
Técnicas de detección remota: “olfateando” exoplanetas con JWST
El Telescopio Espacial James Webb no inhala aromas, pero «olfatea» atmósferas al analizar la luz estelar. Cuando un planeta transita frente a su sol, su atmósfera filtra longitudes de onda específicas, revelando firmas químicas en el espectro.
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WASP-39 b (2022): primera detección de CO₂ en atmósfera exoplanetaria, prueba del alcance de la espectroscopía infrarroja.
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K2-18 b (2023-2025): rastro de dimetil sulfuro (DMS) y disulfuro de dimetilo (DMDS), posibles biofirmas asociadas a fitoplancton y vida marina.
Según Subhajit Sarkar (Univ. Cardiff), concentraciones de DMS/DMDS en K2-18 b hasta 10 000 veces superiores a la Tierra sugieren un océano “rebosante de vida”. Aunque no se descarta origen abiótico, estos compuestos son indicadores muy específicos de actividad biológica en nuestro planeta.
Recrear el aroma del espacio en la Tierra: el arte de diseñar fragancias cósmicas
Marina Barcenilla, además de investigar astrobiología en la Univ. de Westminster, ha traducido moléculas espaciales a esencias humanas. Para la exposición Espacio: “¿Podría existir vida más allá de la Tierra?” del Museo de Historia Natural de Londres, creó cápsulas olfativas que simulan aromas de Marte, cometas y nubes interestelares.
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Aroma de Marte: óxido, polvo y un recuerdo húmedo, comparable al rincón trasero de un garaje lleno de cajas y madera añeja.
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Nubes de polvo interestelar: una mezcla química que remite a algodón de azúcar ácido y amoníaco.
Estas fragancias nos conectan emocionalmente con el cosmos y refuerzan la relevancia del olfato en la divulgación científica y la promoción de la astrobiología.
El olor de nuestro hogar: reconfortante y único
Quizá, la fragancia más valiosa no provenga del espacio, sino de la Tierra. Tras su misión en Mir, Sharman regresó el 30 de mayo de 1991 a Kazajistán, donde la nave aterrizó en un matorral de ajenjo húmedo. Al abrir la escotilla, inhaló “una ráfaga de aire fresco absolutamente deliciosa”. Ese aroma de suelo mojado y vegetación marcó un contraste estremecedor con los olores asépticos de la estación espacial, recordándonos que la Tierra —nuestro punto azul pálido— emana una diversidad olfativa inigualable.
¿Por qué importan estos olores? Pistas para la búsqueda de vida
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Biofirmas olfativas: moléculas como DMS y DMDS en K2-18 b podrían señalar vida marina.
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Química planetaria: la detección de CO₂, metano, fosfina o compuestos sulfurosos orienta nuestras teorías sobre la habitabilidad.
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Divulgación y conexión emocional: experiencias sensoriales —aromas de Marte o de nubes interestelares— acercan el espacio al público, estimulando la curiosidad y el apoyo a la exploración.
El sentido del olfato, a menudo menospreciado, se revela así como una herramienta esencial en astrobiología y exploración. No se trata solo de “oler la pólvora” de Júpiter o el dulce de almendras de Titán, sino de interpretar las señales químicas que marcan el pulso de los mundos que nos rodean.
Conclusión
El espacio huele. Y esos olores —desde el hedor putrefacto de nubes sulfurosas hasta la delicada fragancia de almendra— nos hablan del origen de los planetas, de procesos químicos y, quizá, de la presencia de vida más allá de la Tierra. Gracias al sentido del olfato hemos evolucionado; gracias a la espectroscopía podemos “oler” atmósferas distantes; y gracias a divulgadores como Marina Barcenilla podemos experimentar esos aromas en nuestros propios laboratorios y museos.
Al final, oler el espacio no es un lujo sensorial, sino una ventana a la astrobiología y a nuestro lugar en el cosmos. Quizá la próxima gran pista sobre vida extraterrestre llegue no de un telescopio, sino de un frasco de fragancia inspirado en alguna nube interestelar. Y, mientras tanto, podemos soñar con el día en que la nave que nos lleve a Júpiter ocolocar nuestros sentidos al servicio de un universo cuyo olor, hasta ahora, solo hemos imaginado.